Hay momentos en que se nos exige tener valor para aceptar cosas que nos parecen totalmente inaceptables, como la muerte de un niño, un divorcio, el cáncer, la pérdida de un trabajo, un incendio, etc. En esas ocasiones, nos preguntamos si somos lo bastante fuertes para afrontarlo. Aceptar la tragedia es difícil y doloroso. Y es natural y hasta sabio quejarse amargamente contra Dios o el destino cuando nos sentimos encolerizados e impotentes, porque eso forma parte del proceso de avanzar hacia la aceptación de lo inevitable. Pero, con objeto de curarnos realmente de la herida emocional, física o espiritual, tenemos que dejar de resistirnos al hecho de lo ocurrido, ya que la resistencia no hace sino aumentar el dolor.
Para aceptar lo inaceptable, podemos imaginar la vida como un tapiz inmenso y magnífico. Al apretar la nariz contra la sección del "ahora" en el tapiz, no vemos el conjunto con claridad, y a veces ni siquiera esa parte que corresponde al "ahora". Cuando sucede algo que percibimos como inaceptable, podemos recordar que, al hallarnos tan cerca del tapiz, no vemos cómo encaja eso en el dibujo global de nuestra vida, y que, al retroceder y observar ese conjunto, esa situación contribuirá de algún modo a nuestro propio crecimiento y aumentará la belleza del conjunto del tapiz.
Quizás no logremos ver la razón o la belleza en esta vida, pero tenemos que confiar en la benevolencia del universo, y sobre todo en los momentos más difíciles, intentar creer que el velo terminará por abrirse y que lograremos comprender.
Aceptar lo inaceptable es extremadamente difícil y, debido a ello, tenemos que ser muy afables con nosotras mismas cuando intentamos hacerlo. Aflojar la resistencia abre la puerta a la aceptación y la serenidad."
d/a