Federico Díaz-Granados, en uno de sus poemas, dijo que el poeta hace guardia en la puerta del infierno sin otro oficio mas que el de ponerle el canto a los pájaros muertos.
Mas cuando ese desdichado ladronzuelo me quitó la vida a puñaladas y tuve que descender levemente por ese túnel oscuro que hedía a inciensos chinos, en la entrada, no me esperaba otra cosa que una horda de escritores de autosuperación que se abalanzaron sobre mi.