La admiración es la capacidad de asombro que manifestamos ante el éxito de los demás. La envidia es el dolor profundo que nos corroe y enferma ante el triunfo ajeno.
La admiración es la facultad superior que solamente poseen quienes aprenden de los triunfadores. La envidia es la característica principal de los soberbios y constante permanente de los mediocres.
La admiración es el requisito indispensable para disfrutar de las manifestaciones de la creación. La envidia en cambio, siempre observa aquello que invalida la perfección espontánea.
La admiración es el éxtasis sublime ante lo desconocido, sentimiento que alimenta al descubridor y alienta al investigador. La envidia lo explica todo con una simplicidad aberrante y con una lógica sin sentido.
La admiración aprecia el esfuerzo y la tenacidad sincera. La envidia descalifica el sacrificio y la entrega, justificando el éxito como producto de la casualidad o la buena suerte.
La admiración estimula al líder para aprender, emular, luchar, lo reta, lo anima, lo ennoblece. Para los mediocres, la envidia es la fuente principal para resentirse, vengarse, justificarse, y encerrarse en sí mismos.
El líder de excelencia se admira al contemplar el crecimiento de sus seguidores, y ve justificados sus esfuerzos por transmitir sabiduría. En cambio, el envidioso esconde en lo más hondo de sus conocimientos y le duele profundamente que lo superen sus subordinados.
El líder de excelencia está consciente que su grandeza radica en su capacidad de desarrollar seres superiores, sabe que en su capacidad de asombro está su crecimiento infinito, está consciente que es una facultad natural que todo ser humano posee al nacer y se esfuerza por mantenerla toda la vida.
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