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Todavía el dolor esta en su frente; se humedecen sus ojos todavía; como si fueran sombras que caen del Oriente.
Huyen las tempestades de mi mente cuando los dedos de su mano fría, se hunde, temblando, en la melena mía y amorosa la erizan blandamente.
Ella es el astro de mi noche eterna; su limpia luz, en mi interior, se expande, expande, expande como el rayo del sol en la caverna.
¡Yo la adoro! la adoro sin medida, con un amor como ninguno grande, grande, grande! al ser que me dio la vida.
Julio Flores
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