La Edad
Si debo elegir entre callar o gritar, grito, porque callar es renunciar.
Cuando debo optar entre la charla amena y el debate ardiente,
elijo el segundo, porque renunciar a confrontar ideas es optar por el silencio,
y el silencio es un mal consejero cuando se tiene cierta edad.
En el caso de tener que mentir para que me acepten,
pues que no me acepten,
porque fingir después de los cincuenta es robarle sentido a la vida.
Más vale que no me quieran por lo que soy
que tener que inventar a quien no soy para que me quieran.
Si sabiendo tengo que declarar que no sé para que quien no sabe
piense que sabe más que yo,
o decir lo que sé aunque los que escuchan
piensen que no sé lo que digo,
elijo lo segundo, porque prefiero que me odien
por lo que sé y no que me quieran por mi ignorancia.
Si los que me escuchan no saben la diferencia entre el debate
y la convivencia, entre la pelea y el consenso,
transformando adversarios de un momento en enemigos definitivos,
no me queda más remedio que seguir pagando el precio de ser como soy,
porque si dejara de serlo traicionaría a todos los años
que me condujeron hasta el presente.
En otras palabras,
de esa charla entre mí y yo nació la persona que soy hoy.
Mayor, pero joven. Adulto, pero adolescente.
Peleador, pero caballero.
Son esas las armas para luchar contra el peor enemigo de los muchos años
- la vejez -
Es por todo esto y más que siempre que puedo me dejo llevar
por el joven que me habita,
porque la edad podrá afectar al cuerpo pero no al niño que soy,
y permitir que los años amordacen y oxiden a ese infante rebelde
es caer en la emboscada que la vejez le tiende a todos
los que dejan de tener esperanza en el mañana
y se rinden a los achaques que los años les regalan.
Lo que sí, no me cabe la menor duda de que moriré muy joven,
aunque el cuerpo sea muy pero requete muy viejo.
¡Ojalá tú también!
Bruno Kampel