Algún día no podrás verme aunque quieras si no me reconoces en el aire, ni en el pez que te roza bajo el agua. No acertarás a descubrirme entre el rescoldo de tus siete chimeneas. Tal vez yo sea entonces arcilla o cráter mudo. Pero ahora estoy aquí, mientras duermes con paz de nube, sin soportar el peso de tu espalda, cual arcángel caído. Seguro que navegas ya por espirales profundas, que desciendes por laberintos de cristal o te deslizas sobre barandas tersas y recorres galerías idénticas a las circunvoluciones del cerebro. Seguro que pretendes hallar la caracola anónima donde una vez guardaste, celosamente, tu secreto más íntimo. Yo sigo aquí, insomne, descolgado de tu alfombra, tan digno como un buda junto a una alcantarilla. Y porque no me oyes -martillo, yunque, estribo sin afán de onda-, puedo decirte una verdad muy simple: regresa. jaime alejandre
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