Mi primera experiencia consciente con los ángeles, fue muchos años después, al regresar de una fiesta, una noche... Veníamos en una camioneta unas siete u ocho personas, entre las cuales tres eran niños de la familia. El lugar al que nos dirigíamos quedaba a varios kilómetros de donde se había celebrado el festejo, fuera de la ciudad. Era una noche cerrada y el camino estaba bastante solitario. De pronto el motor del vehículo comenzó a fallar, y nos quedamos en el medio de la ruta a oscuras en una zona bastante despoblada y peligrosa. El único hombre que estaba en el grupo, el conductor, bajó de la camioneta, revisó el motor, no encontraba la manera de hacerlo arrancar nuevamente y de tanto intentarlo se agotó la batería del mismo. Los chicos comenzaban a impacientarse, porque tenían sueño y querían llegar. Por otra parte nosotras las mujeres empezábamos a sentir una gran inseguridad por la situación en la que nos encontrábamos. Yo estaba sentada adelante en el sitio del acompañante y al ver que no salíamos del problema decidí, por primera vez invocar a los ángeles, pidiéndoles ayuda para salir de ese horrible lugar.
Cerré los ojos, traté de abstraerme, concentrarme y comencé a llamarlos mentalmente.
Mientras el murmullo general se iba apagando suavemente en mis oídos, presentí que se acercaban velozmente hacia nosotros un grupo de cinco ángeles de enormes alas, los vi en mi mente rodeando el vehículo, como si fueran personas empujándolo para moverlo y llevarnos al lugar deseado. Dos de ellos estaban a cada lado de las puertas delanteras, uno exactamente al lado mío. Y los otros cuatro ángeles ubicados a los laterales, en la parte trasera.
Y así fue como de pronto, escuché nuevamente el motor encenderse sin explicación lógica. El conductor, sentado frente al volante comenzó a maniobrar y lentamente empezamos a tomar velocidad.
Yo no abrí los ojos en todo el trayecto, solo me dedicaba a sentir cómo esos ángeles de enormes y hermosas alas nos llevaban lentamente por el camino hacia la ciudad.
Al llegar a esta recorrimos las calles, siempre a la misma velocidad, eso me llamó poderosamente la atención, porque no hubo semáforos rojos, ni esquina en donde frenar. Y lo más llamativo de la historia fue que cuando arribamos a la casa el motor se apagó nuevamente y no encendió más.
Al día siguiente tuvieron que remolcar la camioneta hasta un taller porque no hubo forma de hacerla funcionar.
A partir de ese momento me he dedicado a hablar con ellos, llamarlos en momentos críticos, y siempre me he sentido realmente acompañada y protegida.
Quiero a través de estas paginas poder dedicarles toda mi gratitud y enseñarte todo sobre ellos para que puedas conectarte, conocerlos y disfrutarlos... tanto como yo.
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