HADES.
A quien los romanos llamaron Plutón, hijo de Cronos igual que Zeus, su hermano, dejó a sus hermanos los imperios del cielo y las aguas, y optó por reinar en el seno de la tierra, sombrío reinado de la Muerte. Al contrario de los otros dioses, jamás aparece en el mundo de los hombres; permaneciendo encerrado en su palacio infernal, manda ejecutar sus órdenes por medio de las Keres, hijas de la noche, vírgenes aladas que al igual que las Walkirias de la mitología escandinava, se abaten como vampiros sobre los campos de batalla.
Las almas de los muertos son transportadas por Tanatos (el genio de la muerte) o por Hipnos (el genio del sueño), o por el propio Hermes, descendiendo a los Infiernos por las gargantas del río Estigio, un río de aguas negras que desaparece (como ocurre con varios ríos griegos) en las entrañas del suelo. El Estigio desemboca en el Acheron, río infernal que rodea el palacio de Hades. Las almas lo cruzan sobre la barca de Caronte, que percibe un peaje, y penetran en el palacio de Hades por una puerta en que vigila un perro de tres cabezas, bestia pérfida llamada el Cerbero que nunca más les permitirá salir, devorando a los que lo intenten.
En su palacio, Hades preside un tribunal compuesto además por Minos, Radamante y Aqueo, que juzga a los grandes culpables enviándolos a Tartaria, donde padecerán crueles castigos. Allí, las Danaidas, hijas de Danaos rey de Argos, que por orden de su padre devoraron a sus maridos porque un oráculo había prevenido al rey que sería muerto por uno de sus yernos, están condenadas a verter eternamente en un tonel sin fondo, un agua que deben recoger en una fuente inagotable.
Las almas de los justos, son enviadas a los Campos Elíseos, lugares de delicias iluminados por un sol especial, que embellecen bosques de mirtos y rosales, por los cuales atraviesa el río Leteo cuyas aguas hacen olvidar a quienes las beben, todos los males de la vida.
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