A CORAZON ABIERTO EL PERDON
La palabra perdón se usa de una manera indiscriminada. He oído muchas veces decir "yo te perdono" o "yo ya perdoné a..." con caras resentidas y voces tímidas que en realidad quieren decir otra cosa, pero no la palabra perdón. Esas caras con rasgos endurecidos por un dolor no expresado y esas voces tímidas que susurran un perdón por no decir clara y abiertamente "estoy enojado contigo" viven en el encarcelamiento de la falsedad, de un perdón artificial y del miedo a exponer lo que realmente sucede en el interior.
Es cierto que el acto de perdonar es básico, ya que posibilita mantener relaciones sanas en las que al mismo tiempo se crece como persona, pero perdonar no es sinónimo de verbalizar la palabra perdón sino un proceso.
Dentro de las relaciones personales los individuos en muchas ocasiones se ven sometidos a situaciones de abusos, desprecio o maltrato. Si uno se permite sentir y expresar el enfado que generan estas situaciones está en el buen camino para encontrarse con el perdón. La actitud contraria sólo entorpece dicho camino y ese enfado no exteriorizado se convierte en "resentimiento" generalmente enmascarado por "ya me he olvidado, te perdono".
El perdonar rápido, o un perdón exprés, indica que la persona queda en el fondo resentida y por lo tanto ligada a la persona que la ha dañado, corriendo el riesgo de que esta situación se repita, con dicha persona u otra.
Darse el permiso de enfadarse y expresarlo es el primer paso hacia el camino del perdón. Dentro de un proceso terapéutico, el terapeuta ayudará a la persona a reconocer su enfado, a expresarlo para luego contactar con lo que el enfado esconde: el dolor.
Enfadarse con lo que a uno no le gusta o con lo que es injusto es reconocer qué es lo que estamos dispuestos a tolerar o no; es marcar de alguna forma un límite y al expresarlo somos claros con nosotros mismos y con los demás. El enfado tiene su función y negarlo cuando aparece es negarse a uno mismo.
Una vez reconocido el enfado y el dolor cabe pasar al punto más duro, en el cual hay que adentrarse en uno mismo y ver qué partes del carácter y qué características propias permitieron y facilitaron que esa situación de abuso, desprecio, etc... se genere. Éste es un momento duro, ya que implica responsabilizarse de actitudes que habitualmente se reconocen en otras personas como un mecanismo proyectivo, pero no en uno mismo. Por ejemplo, una situación de abuso quizás se genere por aspectos dependientes de la persona que se expone a dicha situación; por la dificultad a decir "No" o a poner límites claros por miedo, por ejemplo, a ser rechazado o excluido.
Dentro del ámbito terapéutico se invita a explorar estos aspectos ocultos que interfieren en la existencia de relaciones claras y sanas. No siempre es fácil reconocer estos aspectos. Lleva su tiempo y su valentía. Es más sencillo y cómodo pensar que los otros son los que nos someten a situaciones abusivas que ver para qué y qué evitamos sometiéndonos a ellas.
Al asumir la propia responsabilidad nace la posibilidad de transformar dichas características disfuncionales. Se abre la posibilidad de contactar con el primer perdón, que es el perdón a uno mismo. El perdón de haberse traicionado muchas veces, de haberse visto en medio de situaciones en las que sólo actuó la limitación propia, el miedo a decir "no", la dificultad de poner un límite por culpa, o por dejarse manipular, o no expresar lo que uno realmente necesita en dichos momentos de abuso. En muchas ocasiones, la tendencia a exponerse a una situación de manipulación indica que sólo a través de dicha manipulación se considera ser amado. Por ejemplo, si yo siento que sólo puedo ser querida por mi capacidad de ayuda a los demás voy a propiciar estas situaciones, inclusive cuando yo no lo quiera. Y puede ser que esta repetición aumente a tales niveles que las personas siempre me pidan y nunca me den, y ahí sentir que abusan de mí, entrando en el ciclo de enfado no expresado y recurriendo al perdón exprés, cuando la necesidad honesta es ser aceptado y querido, no por mi ayuda, sino por quien soy. Ésto no quiere decir que ayudar esté mal. Sólo es necesario ver desde qué sitio interno uno lo ejecuta. En este caso, reconocer que uno utiliza la ayuda para manipular al otro ante la dificultad de pedir y así correr el riesgo a no sentirse querido o rechazado, es ver los propios puntos ciegos, pudiendo así perdonarse a uno mismo por no haber sabido cómo hacerlo de una forma distinta y permitiendo el transformar dicha actitud.
Entonces, ¿cuál es el beneficio de Perdonar?. No sólo el que se restablezcan o fortalezcan las relaciones personales, sino el que, dentro del proceso del perdón, se crece como persona al conocerse, al mirarse hacia dentro y al responsabilizarse de quién uno Es. Reconocer lo que se puede modificar y lo que lleva tiempo cambiar, requiriendo de un curso con tiempo propio, es símbolo de madurez. En definitiva, el perdón nos abre el corazón.
MARIANA LUZ