Para que no puedas volver y encontrarme, me mudé al campo (en mitad del monte, donde duermo rodeado de grillos. Su canto siempre te crispó los nervios). Para que no puedas llamarme, no instalé teléfono y busqué de manera concienzuda un lugar libre de cobertura para los móviles. Para que no pudieses llegar, cambié todos los carteles de dirección que llevan hasta este sitio. Incluso he cavado una zanja alrededor de la casa; y solo alimento los días impares a mis perros guardianes (lo sé, tienes miedo a los perros).
Pero, por si un día te da por volver, suelo fumigar el jardín (ya casi no quedan grillos, y menos en esta época del año). Todos los días bajo al pueblo a preguntarle al cartero si has mandado algo para mí (dejé mi nueva dirección, de forma deliberadamente descuidada, sobre la mesita de la entrada de nuestro antiguo piso). Me paro a hablar largo y tendido, de cualquier estupidez, con cada excursionista que me encuentro por los senderos (tengo que asegurarme que me han visto bien la cara y que podrían identificarme si preguntas por mi descripción a alguno de ellos). Y, por si llega un día en que te diera por volver, quiero que sepas que siempre pongo un puente de tablas sobre la zanja que rodea mi casa (está en la parte trasera, junto a la alberca).
Ah, y ante todo, recuerda esto si tienes la necesidad de volver: hazlo en día par.