Quizás no hemos buscado en el lugar adecuado. Es posible que el significado de la existencia humana no esté en las estrellas, sino en la tierra, y más específicamente en la información que reposa en cada uno de nosotros. Quizás no haya que ir más lejos. Tal como enseña el adagio: “Cuando Dios quiere escondernos algo, lo pone bien cerca nuestro”.
En el ser humano todavía existen remanentes de lo que fuimos y por medio de los cuales la naturaleza puede expresarse sin tanta indiferencia de la mente. Las emociones primarias son parte de esa evidencia viviente. Si alguna de ellas aflora, el universo entero vibra y se confunde con nosotros. Por eso, cada vez que sentimos la emoción, ocurre ese contacto especialísimo entre las fuentes naturales del saber y el que recibe la enseñanza. Cada sentimiento reprimido es una oportunidad desperdiciada de aprender.
Recordemos que el sabio jamás esconde sus emociones primarias, las agota, las gasta, las observa, escudriña en ellas intentando captar su oculto mensaje, porque sabe que son una forma de significado. La capacidad de sentir es poner a funcionar la vida en la estructura molecular que nos pertenece, es adquirir nuevas configuraciones energéticas para alcanzar las metas fundamentales de la supervivencia. Las emociones son fluctuaciones del espíritu, tonalidades del alma, sin las cuales no habríamos existido nunca