Cuando el espíritu se siente infinitamente tríste, se abre el cielo y su luz radiante te ilumina nuevamente el alma.
Cuando el espíritu se halla profundamente sumergido en el barro, busca una piedra para apoyar los pies y subir otra vez hasta la superficie.
Cuando el espíritu está totalmente perdido en el océano revuelto por la inmensidad de las olas, se presenta una tabla de salvación donde agarrarse, evitar el naufragio y volver a la orilla. Cuando el espíritu está completamente cansado, sin aliento, colgando de una rama al borde del abismo, del cielo baja la cuerda para levantarlo.
Cuando el espíritu está a punto de morir de dolor, destrozado por calumnias inhumanas y desgarrado por los hierros del martirio, surge en tu interior el sol de luz que te levanta alegre y vencedor a las esferas del espíritu.
No te desanimes nunca, pues, por hondo que sea el abismo donde creas encontrarte, es en el punto más bajo de la humildad el lugar donde mejor se oye la voz de Dios.