Se sabe a ciencia cierta que esta leyenda ocurrió realmente en una ciudad de la costa española, cuya identidad no vamos a hacer pública para asegurar el anonimato de los protagonistas, ya que debido a la naturaleza del suceso, sería muy fácil ponerle nombres y apellidos a los protagonistas de la historia:
Un tal Josechu, famoso en todo el barrio y parte de los alrededores por sus desmanes y tropelías, tenía como único oficio conocido robar coches para darse un garbeo con ellos y, tras vaciarlos de radiocasettes y demás enseres de valor, abandonarlos en cualquier descampado.
El día de los hechos, el Josechu tenía planes porque la noche anterior había ligado con una alemana de impresión, así que andaba buscando un coche amplio y confortable para poder darle lo suyo a la rubia. Para hacer honor a la verdad, el tío iba de cubatas y de porros hasta las patas, así que no veía muy bien lo que hacía.
El caso es que mientras caminaba, a duras penas por la calle, se encontró con una ranchera de color negro aparcada en la calle y con las puertas abiertas. Viendo la ocasión que se le presentaba, se metió en el coche y, haciendo un sencillo puente, lo arrancó y salió derrapando de aquella calle.
Lo que no vio fue la cara que se les quedó a los empleados de la funeraria que en ese momento bajaban un cliente desde su casa al ver cómo el coche fúnebre desaparecía chillando rueda por la esquina...se quedaron blancos.
Avisada la policía, no tardaron mucho en localizar al sospechoso, al que pillaron en plena fiesta con la alemana y no opuso resistencia al ser detenido.
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