Había una vez, en medio del bosque, una casa de color gris cuyo aspecto transmitía algo de temor. Parecía una casa deshabitada, pues las ventanas estaban llenas de tela de araña y de lo sucios que estaban los cristales de las ventanas, se hacía imposible ver el interior de la casa.
Pero, sin embargo, había alguien viviendo allí… una bruja a la que todo el mundo conocía por “la bruja piruja“.
La bruja piruja, tenía una verruga en la punta de su gran nariz, unos grandes ojos negros y pelo de color gris y blanco. Sí, era una bruja, pero además una bruja muy fea y que daba mucho miedo mirarla.
La Bruja Piruja había vivido siempre en el bosque, y determinados días del año, rondaba por los alrededores de un pueblo que se encontraba a un par de kilómetros de su casa, para asustar a la gente que allí vivía.
Hoy, era uno de esos días en los que nuestra protagonista, la Bruja Piruja, iría al pueblo. Como toda bruja, para ir de un lugar a otro, utilizaba su escoba voladora. Así que, vestida con ropas oscuras, se puso su gorro puntiagudo negro, cogió su escoba voladora y se puso en camino.
Estaba atardeciendo, y la Bruja Piruja ya había llegado al pueblo. Cuando algunos vecinos que andaban por las calles del pueblo, vieron la silueta de la Bruja Piruja montada en su escoba volando de un lado para otro, salieron corriendo hacia sus casas todo lo rápido que pudierais imaginar.
La Bruja Piruja no podía parar de reír: “Ja ja ja”, al ver a aquellas personas huir del miedo.
De repente, alguien que se encontraba en una de las calles del pueblo llamó a la Bruja: “¿Tu eres la Bruja Piruja?“, dijo un niño que no tendría más de 6 años.
La Bruja, se quedó parada encima de su escoba voladora, mirando al niño y preguntándose por qué no había salido corriendo como el resto. Y respondió: ” Sí, yo soy la Bruja Pirujaaaaa“.
Entonces, el niño volvió a preguntar: “¿y por qué vienes al pueblo a asustar a la gente?“.
La bruja se quedó sin palabras, y al rato le contestó: “Te voy a contar un secreto, pequeño, ya ves que las brujas somos un poco feas, tenemos verrugas y volamos en escoba, y lo único que hacemos cuando venimos al pueblo es ir a comprar comida, pero cuando la gente nos ve, se asusta…“.
“Entonces… ¿no sois malas? y ¿no queréis hacer daño a los niños y a sus padres?”, preguntó el niño.
“Claro que no!!! solo queremos comprar y volver al bosque, ya me gustaría no dar miedo a la gente y poder pasear tranquilamente por las calles sin que salgan corriendo al verme…”, contestó la bruja con cara triste.
A partir de ese momento, el niño quiso que todo el pueblo conociera la historia real de las brujas, así que fue casa por casa, contando que las brujas eran buenas y que no hacían daño a nadie.
Así fue, como las brujas consiguieron convivir con la gente del pueblo, y los vecinos aprendieron a valorar el interior de las personas y no la apariencia, pues puede llevar a confundirnos.
FIN
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