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Es
difícil que las mareas te
digan en sueños mis palabras, avatares
dormidos, ciénagas
desterradas con destellos. Es
difícil no amar tu nocturnidad, aún
en las orillas de las madrugadas que
imagino y reconstruyo por
tan solo un indicio. Soy
el mismo truhán que te amó en silencio un
treinta y uno de enero con
tu madre a las espaldas, con
los poemas de púlpito buscando
a tientas el oído atento, menesterosos. El
mismo inventando transparencias que
la piel incita. Por
eso sangrar de sólo un dedo o
de toda el alma es
lo mismo. Yo
te convoco para
que no aparezcas, ataviada, recóndita
o frutal. Soy
el más cobarde de todos tus amantes y
por eso dejo a los amigos que
te busquen hasta herirte o coronarte. Hoy
ante el fuego que vestigian tus
ojos, no
me atrevo a
promulgar mi sed de centinela enamorado. Por
eso te
doy mis manos sin espadas, dóytelas
sin venenos, sin pantanos, con
magnolias el cuello te rodeo, te
doy el abrazo suave en la jornada, el
consuelo ante la muerte inhóspita, y
recibo tu voz de fragua ardiendo
en los metales, las almohadas, hasta
doblar la noche, sola, desde
el dolor más hondo que te hizo humanamente
azul y posesiva. Azul,
azul como la punta de toda llama
inmolada
en el amor
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