Hace muchísimos años, un joven recién casado estaba
sentado en un sofá en un día caluroso y húmedo,
bebiendo jugo helado durante una visita a su padre.
Mientras conversaba sobre la vida, el matrimonio, las
responsabilidades y las obligaciones de las personas adultas; el
padre revolvía pensativamente los cubos de hielo de su
vaso y lanzó una mirada clara y sobria hacia su hijo.
- "Nunca olvides a tus amigos", ¡aconsejó!,
"Serán más importantes en la medida en que envejezcas.
Independientemente de cuanto ames a tu familia y los
hijos que por ventura vayas a tener, tu siempre necesitarás
de amigos. Recuerda ocasionalmente salir con ellos,
realiza actividades con ellos, telefonéalos..."
"¡Que extraño consejo!" pensó el joven.
"Acabo de ingresar al mundo de los casados, soy adulto
y con seguridad mi esposa y la familia que iniciaremos
¡serán todo lo que necesito para dar sentido a mi vida!"
Con todo, él obedeció a su papá; mantuvo contacto con
sus amigos y anualmente aumentaba el número de ellos.
Con el pasar de los años, él fue comprendiendo
que su padre sabía de lo que hablaba.
En la medida en que el tiempo y la naturaleza realizan sus
designios y misterios en un hombre, los amigos
resultaron baluartes de su vida.
Pasados los 50 años de vida, he aquí lo que aprendió:
El tiempo pasa. La vida continúa. La distancia separa.
Los niños crecen. Los empleos van y vienen.
El amor se debilita. Las personas no hacen lo
que deberían hacer. El corazón se rompe. Los padres mueren.
Los colegas olvidan los favores. Las carreras terminan.
Mas, los verdaderos amigos siempre están ahí, no importa
a cuánto tiempo o a cuantos kilómetros se encuentren.
Un amigo nunca está más distante que el alcance de
una necesidad, haciendo barra por ti, interviniendo a tu favor,
esperándote de brazos abiertos o bendiciendo tu vida.
Cuando iniciamos esta aventura llamada vida, no sabíamos
de las increíbles alegrías o tristezas que estaban delante.
No sabíamos de cuanto necesitaríamos unos de otros.
Autor desconocido
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