Con demasiada frecuencia la gente intenta vivir al revés: se pasa los días procurando obtener las cosas que la harán feliz, en lugar de tener la sabiduría necesaria para darse cuenta de que la felicidad no es un lugar al que llegas, sino un estado que creas. La felicidad y la vida profundamente plena llegan cuando uno se compromete, desde lo más profundo del alma, a invertir sus mejores talentos en un propósito que suponga una diferencia para las vidas de otros. Cuando elimines todo el lastre, descubrirás su verdadero sentido: vivir para algo más que para ti mismo. Dicho en pocas palabras, el propósito de la vida es una vida con propósito.
Nada destruye más el corazón que saber que tuviste la oportunidad de manifestar el magnífico potencial que llevas dentro y rehusaste prestar oídos a esa vocación.