Hace muchos años en un pueblo vivía un anciano.
Este anciano tenía un caballo extremadamente bello.
Era un animal magnífico, de crines largas y brillantes.
Sus músculos resplandecían de gloria cada vez que se movía.
El Gran Jefe oyó hablar de este caballo y
envió un mensajero al anciano pidiéndole que se lo vendiera.
El guerrero mensajero corrió hacia el anciano y cuando
llegó saltó de su caballo.
"Anciano, aquí estoy de parte del Gran Jefe.
Él te envía saludos y te pide que le vendas tu caballo".
El anciano guardó silencio.
Era un hombre de afable dignidad y modos tranquilos.
Finalmente dijo "Te ruego que saludes al
Gran Jefe de mi parte y les des las gracias por esta amable
oferta para comprar mi caballo.
Pero este caballo es mi amigo. Somos compañeros.
Conozco su alma como él conoce la mía.
No puedo vender a mi amigo". El mensajero se fue.
Dos semanas más tarde el caballo desapareció.
Cuando los habitantes del pueblo se enteraron se
congregaron alrededor del anciano.
"¡Oh anciano, que mala fortuna! Podrías haber vendido
el caballo al Gran Jefe. Ahora no tiene caballo ni dinero
¡qué mala fortuna! El anciano miró a cada uno con ojos afables
y dulces y dijo: "Esto no es mala fortuna.
Tampoco es buena fortuna. No sabemos toda la historia.
Decid sólo que el caballo se ha escapado".
Todos se alejaron sacudiendo la cabeza porque pensaban
que el anciano tenía muy mala fortuna.
Un mes después el caballo regresó al anciano, seguido
de 20 magníficos caballos más, todos potentes y de
gran vitalidad. Los del pueblo corrieron al anciano:
"¡Oh anciano, tenías razón! No era mala fortuna que tu
caballo hubiese escapado. Era buena fortuna.
Ahora no sólo tienes tu caballo, sino que tienes 20
maravillosos caballos más. ¡Esto es buena fortuna!
El anciano sacudió despacio la cabeza y con compasión dijo:
"No es bueno, no es malo. No conocemos toda la historia.
Decid sólo que el caballo ha regresado".
La gente se alejó sacudiendo la cabeza.
Sabían que era muy buena fortuna tener tantos caballos maravillosos.
El anciano tenía un hijo que se levantaba muy
temprano todos los días a domar los caballos.
Un día uno de los caballos se sacudió violentamente
hacia la derecha, y se revolvió hacia la izquierda.
De repente, con una feroz coz de sus patas traseras,
el caballo lanzó al joven por los aires.
El hijo del anciano cayó como un saco arrugado sobre el polvo.
Tenía las dos piernas rotas.
Todos los habitantes del pueblo se reunieron lamentándose:
"¡Oh, no! ¡Oh, no! anciano, tenías razón.
La vuelta de tu caballo era muy mala fortuna.
Ahora tu hijo tiene las dos piernas rotas y está tullido.
¿Quién va a cuidarte en tu vejez? Esto es muy mala fortuna".
El viejo se levantó y dijo con respeto:
"No es mala fortuna, no es buena fortuna.
Decid sólo que mi hijo se ha roto las dos piernas.
No conocemos toda la historia".
Los del pueblo se alejaron sacudiendo la cabeza.
Sabían que esto era muy mala fortuna para el anciano.
Estalló una gran guerra en esa tierra y el Gran Jefe
llamó a todos los jóvenes del pueblo para luchar en la batalla.
Era una guerra muy mala y los habitantes del pueblo
sabían que nunca volverían a ver a sus hijos.
Una vez más se reunieron en torno al anciano.
"Anciano, tenías razón.
No es mala fortuna que tu hijo se rompiera las dos piernas,
porque, aunque esté tullido, tendrás a tu hijo.
Nosotros no veremos a los nuestros nunca más.
Esto era buena fortuna".
Y una vez más el anciano dijo "No es buena fortuna.
No es mala fortuna. No conocemos toda la historia".
Concluyamos entonces que: Al explorar nuestro
interior habrá momentos en que nos sintamos víctimas
y habrá momentos en que nos sintamos tiranos.
Debemos ir más allá del bien o del mal.
Debemos ir más allá del juicio.
Debemos conciencizar que lo que hemos sido y lo que
hemos experimentado no es bueno, no es malo;
podemos no conocer siempre toda la historia, pues
todas las experiencias que hemos tenido, todo lo
que hemos hecho y todo lo que nos han hecho,
ha tenido una gran importancia en nuestra evolución.
Incluso cuando nos hemos portado cruelmente o injustamente
ha sido importante. También esas experiencias de las
que se avergüenza nuestra alma nos han apoyado a ser
lo que somos hoy, seres de luz en busca de ser compasivos,
afables y plenos. Por tanto, en cuanto seamos capaces
de perdonarnos y aceptarnos como somos, nos
convertiremos en una fuerza poderosa
para la sanación del planeta.
Recordemos: "No es bueno. No es malo.
Podemos no conocer toda la historia".
Todas las experiencias que hemos tenido nos permiten
crecer para convertirnos en un ser magnífico.
Autor desconocido