LOS ZAPATITOS
¡Tú tienes la culpa de nuestra situación.
Si tan solo tuvieras un trabajo mejor!
¡Eres un mediocre, un conformista! ¡La culpa la tienes tú,
eres una inconsciente, no paras de gastar,
contigo no hay sueldo que alcance!
¡El tuyo no alcanza para nada! ¡Te pagan una miseria!...
El pequeño Andrés, de seis años, escuchaba la discusión
que tenía lugar en la sala de su casa.
Desde arriba, en su habitación,
podía escuchar todo lo que sus
padres se gritaban el uno al otro.
¡Cómo le dolía eso! Siempre peleaban por lo mismo,
pero esta vez, Andrecito se sentía culpable de esa pelea.
Su mamá le había comprado unos zapatos nuevos el día anterior...
"Papá le está reclamando a mamá porque gasta mucho dinero,
ha de ser por mis zapatos nuevos", pensó.
Observó sus pequeños pies, eran unos
bonitos zapatos y los sentía tan cómodos...
¡pero para qué los quería si eran la
causa del pleito entre sus queridos padres.
Se sentó al borde de la cama y se los quitó.
Los puso dentro de la caja con mucho cuidado y
después de calzarse sus zapatos viejos, salió corriendo del cuarto.
Bajó las escaleras, ansioso de acabar con aquella situación.
¡Papito, papito, toma, devuélvelos. Yo ya no los quiero!-
exclamó extendiendo la caja con los zapatos hacia su padre.
¿Qué es esto?- preguntó él.
- Mis zapatos nuevos.
¿Pero por qué no los quieres?
Porque no.
Andrecito, te hemos enseñado que esa
no es una respuesta. Debes decir el motivo,
¿es que acaso no te quedaron a la medida?
Sí, si me quedaron
¡Te lastiman?- preguntó la mamá.
No me lastiman mamá.
¿No te gustaron?
¿Quieres que los cambiemos por otros?
No mamá, me gustan estos zapatos,
pero quiero que los devuelvas
para que te devuelvan el dinero.
¿Pero por qué quieres que hagamos eso? - preguntó el papá.
Para que ustedes ya no se peleen, papá-
Ambos padres se miraron
conmovidos por las palabras de su hijo.
A su pequeño no le importaba deshacerse de sus
bonitos zapatos nuevos, con tal de no verlos pelear.
El padre, emocionado, se inclinó hacia él, poniendo otra
vez la caja de zapatos en sus pequeñas manos y le dijo:
Toma hijo, no devolveremos tus zapatos nuevos.
¡No papá, por favor...devuélvanlos para que les den el dinero!
Andrecito, no necesitamos ese dinero,
quédate con tus zapatos, hijo, son tuyos- dijo el padre.
El niño se les quedó mirando muy confundido.
Yo no entiendo. Ustedes se estaban peleando por la falta de
dinero y ahora me dicen que no lo necesitan-
Los padres no supieron que responder.
El papá comenzó a pasearse por
la sala y después de unos minutos dijo:
Mira hijito, los adultos a veces nos disgustamos por cosas que tal
vez a los ojos de un niño como tú, parezcan incomprensibles...
La discusión entre tu madre y yo,
no tiene nada que ver con tus zapatos nuevos, créeme.
¡Pero costaron mucho dinero y
ahora no les alcanza para otras cosas!
¡Eso es por culpa de mis zapatos nuevos,
devuélvanlos y usen ese dinero para lo que está haciendo falta!
No amorcito, son tuyos, no los devolveremos.
No te preocupes- dijo la mamá.
Pero...ustedes seguirán peleándose...
¡Yo no quiero que se peleen!- suplicó el niño, mientras
las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos.
La mamá lo tomó en sus brazos tratando de consolarlo.
El papá, cabizbajo, reflexionando en las palabras de su hijo,
se acercó a los dos y puso su mano sobre la cabeza del niño
y rodeando con el otro brazo a su esposa, dijo:
¿Qué le estamos haciendo a nuestro hijo?
Ni todo el dinero del mundo vale la pena,
a costa de una sola de sus lágrimas de dolor.
Es cierto- dijo la mamá- perdónanos mi amor.
No te preocupes, todo se va a arreglar.
No volveremos a pelearnos.
El niño ya más tranquilo, sonrió y dijo:
Pero si necesitan ese dinero solo
díganmelo y devolvemos los zapatos.
No mi amor, son tuyos, póntelos y ya tira esos zapatos viejos.
No mamá, están buenos todavía.
Mejor se los regalo a algún
niño que no tenga zapatos,
para que sus papás no se peleen si no
tienen dinero para comprarle unos.
No hay nada que lastime más el corazón
de un niño que ver a sus padres pelearse.
Desgraciadamente, en momentos de enojo,
muchos padres no reparan
en que sus pequeños los escuchan.
Pierden el control de sus emociones y parece que
también la noción de la existencia de sus hijos.
El sentimiento de culpa es muy común en los niños.
Piensan ser los causantes de las peleas de sus
padres y eso hace aun más grande su aflicción.
Tomado del libro "cuéntame un ejemplo"
El ser padres no es solo traer hijos al mundo,
dice una frase que no sé de quién sea,
pero es muy sabia y cierta.
En ocasiones los adultos se olvidan que ante ellos,
se encuentran niños.
Que la gran mayoría de las veces no entienden
que es lo que pasa antes de comenzar sus pelas,
piensen en sus hijos.
Los problemas se arreglan dialogando.
No gritando, mucho menos insultando.
Dialogar no es sinónimo de pelear.
Dialogar es razonar, es buscar soluciones.
Pelear es atacar, combatir, agredir. Y esto daña
emocionalmente a los niños y también a la pareja.
No olviden que los niños aprenden de
sus padres las más importantes lecciones de la vida.
¡Detente, medita, antes de hablar!