Una carta
que nunca envié
Esta carta
la escribo no por ti, no por mí”… Sino para ustedes: en realidad cuando hay
problemas el ser humano vive sumergido en una atmósfera sin perspectivas para el
presente inmediato, sin saber que hacer para deslastrarse de la secuela que lo
agobia y lo separa del bienestar que merece como ser humano. Parece condenado
por el sólo hecho de haber protagonizado una historia de ficción, que pasó por
el más cruel tormento que se le puede infligir a ser humano
alguno:
La
hostilidad, el suplicio de sentirse rechazado, sin rumbo, casi convertido en una
sombra que pena por su verdad y clama no ser olvidado. Entonces se transita un
camino triste vulnerado por el tiempo, después que por muchos años se
consideraron los proyectos para soñar, anteponiendo siempre aquello de que “en
el camino se arreglan las cargas”. Tratamos de aceptar que sólo nos queda un
vacío, un silencio o un recuerdo muy vago y difuso de los momentos bonitos que
se vivieron, para justificar el suplicio de la esperanza y disimular la
(in)tolerancia compartida en una carrera de aliento del
destino.
A veces, he
llegado a pensar que no existimos, que ese lugar que ocupamos en el universo es
fábula, que el ser humano deambula como fantasma en una relación espacio-tiempo
que se niega a morir. Que somos dueños de un discurso repetitivo producto de las
heridas que ha dejado un mal recuerdo, pero que en el fondo no es la cara que
deseamos tener, pues aunque los rostros sonrían, el corazón llora de amargura
unas veces y de orgullo en otras.
Esa es la
dinámica diaria que se ha impuesto el ser humano que no quiere acordar. Una
perversa rutina que se impone cada día y lo conduce hacia un dolor muy intenso.
A pesar de todo ello, creo que se pueden erradicar todas esas actuaciones
negativas, participando sinceramente en una tregua que permita sentirse ser
humano de verdad. ¿Es realmente esto posible? ¡Claro que si! Siempre y cuando se
tenga la disposición, por el contrario entonces, se continuaría zanganeando como
sombras fantasmales.
No se puede
poner en alto relieve la incapacidad de convivencia, ya que eso conlleva a la
falta de aceptación definitiva, a la desconfianza y a la negación del ser humano
como tal, lo que seria lamentable para todo su entorno familiar, por lo que no
se debe desperdiciar la oportunidad que se pueda presentar, que podría ser la
última, para compartir nuevamente las alegrías y tristezas de la
convivencia…
Correspóndele a ese individuo ser protagonista de una nueva
historia, con un nuevo guion que lo lleve a un futuro mejor, con una actuación
más digna, que lo saque del empantanado pasado, que únicamente lo impulsa a
emociones diabólicas configuradas por su propio orden, regido tal vez; por la
siembra de odio, de venganza y de orgullo. En la relación humana nada es
propiedad exclusiva del otro, algunos se lo creen, pero esto hay que
suprimirlo.
Ese infame
y triste papel de dueño hay que arrancarlo de la mente para poder instaurar una
relación común, donde impere el respeto, la tolerancia y la confianza como trama
principal de la historia, sin ánimo de hegemonía, pero si de participación, para
la búsqueda de soluciones que coadyuven a encontrar de nuevo el camino
perdido.
Más allá
del formalismo, comprometerse a ser más humanos, a ser gente de verdad,
propiciando diálogos constructivos que sirvan de medicina para tratar esos males
que se han padecido. La meta entonces es, mejorar la salud del espíritu para que
de nuevo recupere su vigencia y trascendencia que es lo esperado ansiosamente
por todos. Si se está dispuesto y dependiendo de las capacidades, hay que
insertar un lenguaje renovado en las conversaciones, para redescubrir las
fronteras de un futuro más promisor, sin miedo y sin estar sometido al “¿qué
dirán?”.
Ese debe
ser el compromiso que desde cualquier escenario debe emprenderse ética y
moralmente, para reflexionar sobre los errores cometidos y buscar las posibles
soluciones inmediatas. De igual manera, es fundamental tomar en cuenta las
fortalezas divinas de cada ser para propiciar la refundación de las relaciones
extraviadas, hecho éste, que no debe verse influenciado por ninguna óptica
interna y, mucho menos animado por perversos puntos de vista
externos.
En este
contexto se deben erradicar los complejos que impiden buscar de nuevo los
horizontes perdidos, cambiando de mentalidad para no andar a la deriva esperando
que los años pasen…y es que el transcurrir del tiempo no engaña, nos hace ver
como somos y como éramos, como estamos y como estábamos, como andamos y como
andábamos: de una suerte de dinámica competente y alegre a una rutina
inconveniente y triste… Hay que buscar esos nuevos caminos para ofrecer y
recibir lo que verdaderamente merecemos, no hay que evitar hacerlo, asumiendo el
compromiso con responsabilidad y sensatez y, con la transparencia necesaria en
las diferentes acciones, sin resentimientos ni orgullo… Porque la vida es corta
y lo que pasó… ¡Pasó!…
“Perdónenme
esta carta, porque sé que nunca la enviaré”. Primero: porque el destinatario
somos todos… y, segundo: porque el tiempo pasa y con él nuestra existencia…y
continuamos siendo los mismos, sin tener conciencia que tarde o temprano ya no
estaremos…
Con
mucho amor y cariño desde Trujillo, Venezuela, para todo el
mundo...
Colaboración de Ramón Morillo
(Locutor)
Venezuela