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Hubo de todo en el romance aquel... Flores, celos, amor, llantos, excesos; Y un día. un día sin luz, en uno de esos amargos días del invierno cruel.
-Es preciso-dijiste- poner el punto final a nuestros muchos besos... Debo partir y parto... dejo ilesos tu corazón, Poeta y tu troquel.
No supe que decir... Tu voz tenía una extraña inflexión desconocida y eres dueño sin duda de tu vida... Además, mi bohemia impenitente según es lo normal y lo corriente, estaba trasudando altanería...
Nos dimos el adiós de un modo triste... Tú bajaste los ojos, yo la frente: Hubo un silencio largo; gravemente sonriendo tus labios. y partiste.
Cuando ya lejos hacia mí volviste la faz turbada, dolorosamente. atravesó los oros del poniente un adiós postrimer que no dijiste...
Mas escucha, mujer, lo que sentí... Sentí bajo el arrullo del pañuelo remoto que agitaba; un consuelo que en un instante serenó mi mal; -sentí que tu existencia inmaterial, prófugamente se quedaba en mí
¡Qué vale que el destino se la lleve -pensé entonces irguiéndome en la playa- ni que a otras tierras ignoradas vaya ni que otras fuentes del amor abreve!
¡Qué vale que su pie nervioso y leve, musa traviesa de mi ciencia gaya, errando sin cesar bajo la saya busque la senda del olvido aleve!
¡Qué vale que del vaso huya el jazmín si se ha trocado el vaso en la redoma donde yacen su espíritu y su aroma!
¡Qué vale que te alejes, fugitiva, si suspensa a una rama siempre viva has quedado hecha flor en mi jardín!
(Belisario Roldán)
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