Y a mi hermano, le gustaba que fuera como sus amigos.
Todos y cada uno querían que fuera otro...
Hasta que un día, decidí que no quería parecerme a nadie...
Salí de casa, me fui a una tapia y escribí: YO SOY YO.
Y entonces comencé a hablar humanamente, sin envidias, sin egoísmos, decidí escuchar con los cinco sentidos, como hacen los sabios, fieles a sus convicciones, pero abiertos a las distintas opiniones e intereses.
Y humanamente trabajé, no para beneficiarme sino para beneficiar a otros y haciéndolo me di cuenta que yo también me beneficiaba.
Amé sin regateos, diferencias, ni favoritismos, por eso me sentí unido a cada uno de mis prójimos.
Cuando lloré, lo hice sin vergüenza, pues el dolor nos hace crecer y ser humanos.
Y me reí. Sin fronteras, uniendo mi risa con la de mis hermanos, dándome cuenta que sólo así era yo.