He estado junto al río. He visto correr sus aguas sin cesar. Sus aguas transparentes, rumorosas y frescas son vida. He querido atrapar, detener esas aguas cristalinas y vivificadoras. Hubiera querido paralizarlas para disfrutar sumergiéndome en ellas sin permitirles fluir ni cambiar. Pero el río es río. Y el río es fluir. Su naturaleza es el correr de las aguas siempre idénticas y siempre cambiantes. Como la vida misma. Me he sentido uno con el río. Y he sentido que toda mi existencia es un cambio continuo y sin fin. Y me he remontado al origen del río, a la fuente. Y he comprendido que soy río que fluye, pero también fuente que brota. He comprendido que lo que fluye es mi existencia temporal, que no puedo detener. Pero ascendiendo llego a mi fuente. Y siento ser plenitud en la fuente. Hay que dejar que el río sea río. Lo que tiene que correr, cambiar y fluir debe seguir su curso. Pero las formas infinitamente variadas del río a través de su cause tienen un origen quieto, fecundo, copioso e inagotable. Yo soy el río en el devenir de mi existencia temporal. No puedo detener las leyes de su desarrollo, evolución y cambio. Mis formas, como las del cauce del río, no puedo detenerlas. He de sumergirme en las formas cambiantes del río y saber que soy río. Pero también soy fuente, manantial copioso y vivificante. No hay río sin fuente. Me siento feliz cuando me doy cuenta de que soy la fuente de mi río.
D. Lostado
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