Me dijeron que te fuiste caminando por el tiempo. Que relojes herbívoros tragaron tu paso de amapola. Que por morder el sol te quedaste sin aliento con el rostro arañado de pálidas estrellas.
Me dijeron que arrullando los labios de los verbos te vieron besar la piel de la nostalgia, y rompieron los mágicos potrillos del recuerdo en una estampida de sangre el redil de la memoria.
Entre aspas de mármol y siluetas de quebracho me dijeron que te vieron pasar por los refugios, amarrada a los líquidos verdosos de la lluvia con dos coplas suicidas de amor y de intemperie.
Que sentada en el idioma irascible de los versos sin respaldos de esperanzas en tu marcha irreversible, te observaron con signos enquistados en ausencias en los puentes anversos a la edad contemporánea.
Desdoblando campanas en dédalos nocturnos con tu néctar decantado de derrota y de combate.
Recostada en tálamos de otoños ambarinos, me dijeron que te vieron en el hospicio celestial de los poetas, zurciendo las guerrillas de tu alma con las hebras del enigma adornando tu cabeza.