Transcurrían los años inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa. Un general monárquico, Alejandro Beauharnais, y su mujer hallábanse en los trámites de separación, cuando fueron prisioneros por los revolucionarios. Alejandro declaraba con asiduidad a su esposa que la quería, y trataba de complacerla en todo. Pero ella lo tuvo como algo no sentido y como un ardid o estratagema para evitar la ruptura definitiva de su matrimonio. Cierto día los presos fueron reunidos en el patio. Un oficial se dirigió a ellos leyendo una lista en la que constaban los nombres de aquéllos que habrían de ser conducidos a la guillotina. En voz alta y autoritaria iba dando nombres, y en un cierto momento pronuncia el de la pareja: - ¡Beauharnais! Ambos, marido y mujer, dieron un paso al frente, separándose del grupo. El oficial les miró con sorpresa y dijo: - ¡Dos! ¿Cómo dos? En la lista sólo consta uno. Entonces, Alejandro se gira levemente hacia la todavía su esposa, y mirándola a los ojos le dice: - Permíteme que, por primera vez, en esta ocasión sea yo quien pase delante. Ella, muda, absorta, se conmovió de arriba abajo. Él, avanzando con paso firme, se subió a la carreta de los condenados a muerte. Ellas, más tarde, sería puesta en libertad. Fue su última forma de decirle «te quiero». A/D