Las mujeres más hermosas del mundo no son solamente
las que desfilan en trajes de baño y vestidos de noche
delante de jueces y de cámaras de televisión.
Las verdaderas finalistas y las ganadoras más hermosas
son aquella que tienen brillo interno
de la gracia y el perdón.
No hay belleza física que se pueda comparar con la dignidad
espiritual o el atractivo de una mujer llena de paz
y bondad en el corazón.
Esa mujer reflejará una clase de belleza interior
que hace mucho más que llamar la atención a sí misma.
Es una belleza que es mucho más importante
que cualquier cosa trivial.
La verdadera belleza de la mujer no es corruptible,
porque no depende de lo físico y de lo económico,
sino que es la belleza de una forma de ser que reúne
la quietud, la humildad, la ternura y la serenidad.
Las mujeres del mundo son alabadas por su belleza física,
por su vivacidad y por su audacia.
Pero esas mujeres maravillosas tienen un molde distinto.
La belleza física de una mujer es temporal.
En cambio, el adorno de un espíritu manso, dulce y sereno
no es una moneda perecible, no se gastará por el uso
ni está sujeta a los valores del mercado.
No deja marcas en el alma, ni heridas en quienes la rodean.
Es algo sublime, inconmensurable,
la riqueza invaluable de todo el universo.
a/d