¡Amor!... ¡Siéntate en mi mano!
Déjame enrocar la rosa roja en tu cabeza de corona
mientras mis ávidos ojos recorren el marfil de tus dientes
y me pierdo en tu gruta añil de garganta.
Antes de festejar mí fenecer deja filtrar mi verso,
mujer de tierra acuarela, nacida del tapiz de vientre expandido
con la crianza del añil relámpago.
En tu ombligo de centro marco un polo de brújula.
Al norte, pechos de rosa tibia y tus ojos de exacto marrón.
Al sur, tu universo no del todo explorable.
Al este y oeste, racimos de brazos que ignoran la soledad del frío.
De tus yacentes pies a tus caderas de nalgas turgentes
me llevaría un evo interminable de redondas formas,
y a las mustias flores oscuras y apagadas
clavaré mi arca de besos y farolas.
Por tu vientre arrasaría el continente evaporando los gemidos
y tu clamor de himno seria patria en mi bandera de corazón.
Si retornas a mí con los labios apagados
te donaré la alegre potestad de mis leños de lares,
quedarán tus cornisas de pulpa anegadas de agua y fértiles manantiales
de savia natural rodando mi boca de balcón y melaza.
Danzando tus muslos su mínima altura
tus pies rebotarán tu inmensa estatura de resorte.
Entre las abras de tus cerros estivales
trazaré un surco con mi nombre de tatuaje.
Para ti no habrá más nombres que el bis repetido de mi apodo.
De tus racimos como brazos tengo la acuarela de las uvas y
tu ternura de mano apaga épocas de antaño
que me invadieron como un infecto.
Ante ti, soy sólo un insecto caminando tu horizonte de palmo a palmo.
Me llevará días, años o décadas descubrir cada pliego de tu piel errante y encontrar un epónimo que ensamble su cándida belleza.
En el istmo de los planetas en conjuro haremos una isla propia de corales, quejumbre y relámpago brillante de estrella,
navegando como el cisne azul volante,
con las unidas manos, y el cuello plegado de los amantes.
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