El estío, cansado, inclina la cabeza para verse surgir, amarillo, del lago. Hago mi camino cansado y polvoriento por las alamedas en penumbra. El viento titubea y corre entre los álamos. A mis espaldas, el cielo empieza a enrojecer. Delante de mí tengo el miedo de la noche. Y crepúsculo. Y muerte. Hago mi camino cansado y polvoriento, y detenida y dudosa queda tras de mí la juventud, que baja su hermosa cabeza y se niega a acompañarme.