Nada dura eternamente, ni lo bueno ni lo malo. Lo sabemos, nuestra mente lo sabe. Sin embargo, qué difícil es que nuestro corazón lo entienda y lo acepte. Vivimos un proceso continuo de cambios, de despedidas y de bienvenidas. Dejamos atrás una parte de nuestra vida para empezar otra. Pero nos es más fácil decir hola que decir adiós. Decía un sabio que tardamos unos segundos en decir hola mientras que para decir adiós tardamos meses, a veces años, y a veces no lo conseguimos nunca.
Cuando la despedida no ha sido elección nuestra, todavía se nos hace más difícil. ¿Cómo podemos aceptar su ausencia?. Las preguntas invaden nuestro pensamiento: ¿Por qué se ha ido? ¿Por qué me ha dejado? ¿Cómo voy a superarlo?. Al principio nos cuesta creer que ya no está. Después buscamos culpables o nos culpabilizamos nosotros mismos de la separación, de la ausencia. Finalmente lloramos, inundados por la sensación de abandono y soledad.
No es fácil decir adiós. Sin embargo, nos hemos de despedir para seguir adelante, para dar la bienvenida a una nueva vida, una vida sin ese alguien que tanto significó para nosotros.
A/D
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