LAGRIMA REDONDA
Recuerdo aquellos ojos celestes como el
cielo;
desmintiendo la falsa sonrisa que los
labios,
para las apariencias forzaban con
desvelo.
Disfrazaba su pena con pensamientos
sabios,
y con simulaciones de no importarle
mucho
nuestro cariño joven que debía morir.
Sin saberlo quemamos el último
cartucho;
hoy queda solamente lamentar y sufrir.
Culpamos al destino, culpamos a la
suerte;
y aunque nadie lo dijo supimos que la
vida,
cayendo en el oscuro silencio de la
muerte,
heredaba el vacío de nuestra despedida.
Yo me quedé sangrando como sangran las
venas
cuando un cuchillo corta su esférico
contorno,
mi corazón rodeado de gigantescas
penas;
luego la pesadumbre, la angustia y el
bochorno
de haber perdido el mundo sin darme cuenta
apenas.
Y las estrellas quietas lloraron un
momento,
como una soledad de mar en las arenas;
lloraron infinitas con lágrimas del
viento.
A. Bataglia