EL GATO
No conozco a la persona que le ocurrió esto,
ni siquiera de cerca, pero quien me
lo contó fue una amiga de la víctima.
Un amigo suyo fue a la casa familiar de otro amigo,
y le invitaron a pasar allí la noche.
Accedió gustoso y comprobó que le habían
dejado para él solo una habitación alejada,
pequeña y algo fría, pero donde tendría intimidad.
La cama era algo dura y podía notar que el colchón
estaba viejo y no era precisamente uno de esos
modernos flex que tienen abajo un somier,
pero no importaba, tan sólo iba a pasar una noche.
Tampoco importaba aquel olor a viejo y a cerrado.
Se recordó una vez más que tan sólo serían unas horas.
Y la noche le reparó una desagradable sorpresa.
Estaba ya dormido cuando le despertó una sensación
de peso y ahogo. Abrió los ojos y sintió la
presión en el esófago, una especie de peso
muerto que le aprisionaba y le impedía respirar bien.
De pronto ese peso cambió hacia otro lado de su
cuerpo y hacia otro y hacia otro, y supo que alguien le estaba pisando...
Ahogó un grito de terror y trató de relajarse.
La experiencia terminó dejándole un miedo exacerbado
en su interior que apenas le permitió conciliar
el sueño de nuevo. A la mañana siguiente rememoró
con escalofríos el suceso y supo que no lo había soñado,
que alguien o algo había estado caminando por su cuerpo.
Preguntó a su amigo a quién perteneció la habitación
y éste le contestó que a su abuela, pero que no
se preocupara porque ya no estaba viva.
Indagando más descubrió que su abuela había
tenido un gato que la adoraba. Y el fantasma
de aquel gato, seguramente avisando al intruso
que había usurpado la cama de la abuela,
le había echo una visita y declarado la guerra.
No hubo más guerra, por supuesto,
porque el chico jamás volvió a dormir allí.
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