LA MANO INVISIBLE
Esta historia le ocurrió a una chica de unos dieciocho años que,
según me confesó, apenas tuvo miedo. Y la admiro,
pero yo sé que aquella no fue su única historia.
Llamémosla Lorena. Alguna vez, en la familia de Lorena ya había ocurrido
que a sus hermanas les habían acariciado el pelo,
la espalda o incluso empujado...
La noche en que le ocurrió a Lorena este breve
episodio dormía sola. Compartía habitación con
su hermana pequeña, pero ella no estaba. Se abrazó a la almohada, dejándose llevar por
el sueño estirada y con el rostro hacia el techo.
La almohada estaba agarrada por su brazo izquierdo,
y allí permació todo el tiempo. Cuando ya estaba empezando a dormirse ocurrió: Un golpe seco debajo de su ombligo y encima
de su pubis la despertó de golpe. Casi se levantó
pero no lo hizo, tan solo permaneció quieta
mirando a su alrededor y analizándolo todo:
la almohada no había sido, seguía abrazada a su izquierda...
estaba sola, nadie había tenido tiempo de entrar, pegarle y luego salir... Pensó y recordó otro episodio, cuando un fin de
semana se había marchado con unos amigos a
celebrar un weekend en una casa de Icona en mitad
de una montaña de Ayora. Todos iban a ponerse
hasta arriba de tripis, pero ella no lo hizo.
Tenía el suyo, pero no lo tomó, simplemente lo guardó. La casa tenía apenas dos habitaciones:
donde se dormía -un amplio cuarto donde había
tirado en el suelo un colchón de matrimonio
y una litera de madera-, y el salón, donde se pensaban correr la juerga. Menos una pareja que se marchó a la habitación,
el resto permaneció en el salón tomando tripis,
fumando porros y bebiendo alcohol.
La fiesta no acabaría hasta el día siguiente.
Lorena, por algún extraño motivo, no hizo
nada de eso, y decidió irse a dormir. No era cómodo tumbarse allí con aquella pareja
que -si bien no estaban haciendo nada-
sí buscarían algo de intimidad, pero por
algún motivo que ni ella sabía, Lorena decidió
tumbarse en una esquina de la litera, con
el cuerpo pegado a la madera, los brazos
flexionados en dirección hacia su cabeza,
sin apenas un sólo hueco por el que alguien
pudiera hacer lo que hizo: tocarle el pecho. No recordaba si era el izquierdo o el derecho
cuando me lo contó, pero sí recordaba la
sensación de pánico que sintió. Algo había
tocado su pecho como si lo amasara, y no había
espacio entre sus brazos para conseguir tal hazaña. También en aquella ocasión, tras sentir un
escalofrío en la espalda y notar cómo abría
desmesuradamente los ojos por el miedo,
analizó la situación. La pareja seguía tumbada en su rincón,
y no había nadie más. Su determinación fue más que sorprendente.
Se dijo: si tengo que sufrir alucinaciones,
al menos que sea con un tripi en el cuerpo.
Curiosamente, el resto de la noche no le ocurrió nada más.
Se comió su tripi, bebió alcohol y se rió con el resto de su grupo.
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