Verdad es que en el mapa figuraba distante, que una rueda de mi maleta iba gimiendo, y que en las bocacalles su cansancio exponían con razón mis tacones. Signos quizás de pérdida -de la esperanza al menos- en la ciudad oscura, con mi mapa y más calles de rótulos vedados. Y ese joven que no sabría decirme sino el raído azul de su bufanda cuando busco un cobijo, de palabras siquiera. Andar y desandar con la ciudad ajena como albergue no mío: dádiva y negación a un torpe rodamiento que, de improviso, si esta es la Torre de la Pólvora, acalla su insistencia en dar fin al viaje.
María Victoria Atencia
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