"Datos de la Red Unidos, revelan que entre enero y agosto de 2012 se reportaron 1.125 menores de edad embarazadas, de las cuales 144 (12,8%), correspondían a niñas entre los 10 y los 14 años". De esta noticia leída en El Espectador hace unos días, comentábamos en una reunión de amigos.
No nos alcanzó la mojigatería para echarnos bendiciones, pero sentimos un leve temblor en nuestra capacidad de asombro. El terremoto vendría después, cuando una fuente digna de toda credibilidad nos narró la historia que paso a contarles, y que seguramente no será la única, cambiando las circunstancias.
Advierto que "contiene escenas de sexo y violencia" y que la decisión de socializarla no obedece a ningún afán sensacionalista sino a una urgente necesidad de que papá, mamá, tíos, hermanos, parientes, profesores y amigos, hagamos algo por nuestros niños, que de mil maneras nos están pidiendo a gritos que, como mínimo, recordemos su existencia.
La resumo al máximo posible que permite la coherencia: Niña de once años, fuerte dolor abdominal, consulta médica y exámenes de laboratorio para buscar la causa. Diagnóstico: embarazo. ¡De once años… Pavor de los papás, llanto de la niña, histeria total. Búsqueda de culpables y de explicaciones. Llanto de toda la familia. Preguntas: ¿Violación?, ¿abuso? Sin respuestas. Confusión, tragedia, caos. Al fin, la confesión: La niña y sus amigos de la unidad residencial, todos de más o menos la misma edad, juegan con candela: Niñas sentadas en círculo, niños haciendo la ronda frente a ellas en modo sexo activo y el que eyacule pierde.
A esta altura de la historia yo ya sentía náuseas, los ojos aguados y un sentido de culpabilidad ajena que me enrojeció la cara de vergüenza, por la soledad de nuestros niños, porque los abandonamos a su suerte; por esta sociedad incapaz de transmitir valores; por nuestro sentido de las prioridades tan distorsionado (no le entregamos el carro a nadie que no sea de nuestra absoluta confianza, pero dejamos a nuestros hijos solos o en manos de cualquiera, incluso cuando "juegan"); porque no sabemos ni siquiera lo que pasa en los baños del colegio ni en las rumbas a las que van, cuando se cansan de bailar, no propiamente a palo seco, y dan inicio a la "hora loca": Jugar "prendas" hasta que ya no quede ninguna sobre ningún cuerpo, apagar las luces y ahí sí: "hombre con hombre, mujer con mujer y del mismo modo en sentido contrario...:".
¡Qué pena con ellos…, y lo digo en todos los sentidos que admite la palabra.
Somos una sociedad permisiva, en la que priman el individualismo y el hedonismo, eso ya lo sabemos, pero ¿hay esperanza? Tal vez sí. El día que papá y mamá recuerden que, más allá de ser procreadores y proveedores, su misión es la de criar, formar, acompañar, enseñar, dialogar, prevenir y, de paso, fortalecer en sus hijos el sentido de la responsabilidad en el ejercicio de sus derechos, tan consolidado, y en el de sus deberes, tan aminorado en nombre de los tiempos cambiantes.
El final de la historia no podía ser más triste: "¿Y quién es el papá?". "No sé. Conmigo perdieron tres".
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