Un rey, manda a su hijo al palacio de un sabio, para preguntarle como se podía ser feliz, ya que este era el único que conocía la respuesta. Después de mucho caminar por el desierto, llega a dicho palacio, donde se encuentra con infinidad de gente entrando y saliendo, y lo recibe el sabio, que le dice que lo va a poder atender en dos horas, pero que mientras tanto recorra el palacio, y le da una cucharita de té, en la que coloca dos gotas de aceite, y le indica que no deje que se derrame el mismo.
El joven, recorre el palacio, con su vista fija en la cucharita, hasta que pasan las dos horas, cuando se presenta nuevamente al sabio, quien le pregunta que le parecieron las maravillas del palacio, a lo que el joven le responde, que no vio nada, ya que sólo le preocupaba no derramar el aceite, a lo que el sabio le indica, que antes de hablar con él, debe observar el palacio, ya que no se puede confiar en un hombre, sin saber en el lugar donde vive, y que vuelva en otras dos horas.
Durante este tiempo, el joven se regocijó con las melodías de las mejores orquestas, probó los manjares jamás imaginados, se deleitó con cuadros y tapices exquisitos, vio jardines maravillosos, disfrutó de la vista de paisajes de ensueño, por lo que al pasar las dos horas, volvió extasiado ante el sabio, quien le preguntó por las dos gotas de aceite, que el joven había derramado sin darse cuenta, a lo que el sabio le dice ” El secreto de la felicidad, está en disfrutar de todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite de la cuchara“.
A/d
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