EL PLACER DE SABER COMPARTIR
Aunque a primera vista nos parezca mucho más sencillo alegrarnos
con los que se alegran; alguien a quién le han concedido un ascenso,
alguien que se ha comprado un coche o una casa nueva, alguien que
ha sido premiado con la lotería; realmente a la mayoría de las
personas nos sucede lo contrario.
Se nos hace más fácil compadecernos del sufrimiento de un amigo o un extraño, nos resulta bastante más sencillo compartir sus llantos y penas, ponernos en su lugar y tratar de comprender y consolar su pena.
Aunque en cierto modo nos resulte muy triste reconocerlo, lo que nos cuesta bastante más es alegrarnos con los que se alegran. Sin embargo nuestra disposición se encuentra mucho más encaminada hacia los que sufren que hacia los que disfrutan.
En cierto modo, es como si hiciéramos un cálculo erróneo, induciéndonos a pensar que la cantidad de buena suerte se encuentra limitada y por lo tanto debemos competir para hacernos con ella.
Que si una persona que tengo al lado es sorprendido con un buena nueva, yo en vez de alegrarme por él, basándome en mis cálculos, siento envidia porque no ha sido a mi a quién le ha tocado.
Para desarrollar el disfrute debemos saber o ser capaces de compartir el placer de los demás.
Para desarrollar la compasión, por otra parte, debemos ser capaces de compartir el sufrimiento de dicha persona.
Mucha gente cree erróneamente que la vida se reduce a una existencia llena de sufrimientos, sin embargo también es cierto que la vida es una existencia en la que el gozo cobra un papel muy importante.
Lo que realmente resulta bastante tentativo es sentir envidia hacia las personas que consideramos han logrado un grado de riqueza, belleza, salud o poder que nosotros desearíamos poseer.
Lo interpretamos como un castigo hacia nuestra infelicidad, simplemente por el hecho de verlos a ellos disfrutar.
Esto lo que hace es sumirnos aún más en el sufrimiento, sin darnos cuenta que el daño nos lo estamos haciendo nosotros mismos, nos vamos hundiendo en un pozo del que solo podremos salir eligiendo la simpatía como compañero y no la antipatía que tan atrayente nos resulta.
Este mal sentimiento lo conocemos como resentimiento. Este se ha llegado a definir como el veneno que tomamos con la ilusa esperanza de que mate a otro. Pero como es lógico el tiro nos sale por la culata.
Hay que saber alegrarse por los demás, dejando ese sentimiento de envidia o resentimiento de lado, y saber dar la bienvenida a la alegría que deberíamos sentir por la otra persona.
Hay que conseguir salir victorioso en la lucha que se crea entre el resentimiento y la antipatía, en contra de la alegría ajena. (Fermín Oyanedel )
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