Regalos
Era un
profesor comprometido y estricto, conocido también por sus alumnos como un
hombre justo y comprensivo.
Al
terminar la clase, se le acercó uno de sus alumnos y en forma desafiante le
dijo:
-Lo que me
alegra de haber terminado la clase es que no tendré que escuchar más sus
tonterías, y podré descansar de verle esa cara aburrida.
El alumno
estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el maestro reaccionara
ofendido y descontrolado.
El
profesor miró al alumno por un instante y muy tranquilamente le
preguntó:
-¿Si te
ofrecen algo que no quieres, lo recibes?
El alumno
quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta.
-Por
supuesto que no. Contestó de nuevo en tono despectivo el muchacho.
-Bueno,
prosiguió el profesor, cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo
desagradable, me está ofreciendo algo, en tu caso una emoción de rabia y rencor,
que decidí no aceptar.
-No
entiendo a qué se refiere. Dijo el alumno confundido.
-Sencillo
-replicó-, tú me estás ofreciendo ira y desprecio, y si yo me siento ofendido o
me pongo furioso, estaré aceptando tu regalo; y yo, en verdad, prefiero
obsequiarme mi propia serenidad.
-Muchacho
-concluyó el profesor en tono gentil-: tu bronca pasará, pero no trates de
dejarla conmigo, porque no me interesa, y no puedo controlar lo que tú llevas en
tu corazón; pero de mí depende lo que yo cargo en el mío.
En todo
momento, tú puedes escoger qué emociones o sentimientos quieres poner en tu
corazón; y lo que elijas tendrás, hasta que tú decidas cambiarlo.
Es tan
grande la libertad que nos da la vida que tenemos la opción de amargarnos o ser
felices.
No digas a Dios que tienes un gran
problema, di a tu problema que tienes un gran Dios
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