EL VIENTO
Sopló el viento, feroz, toda la noche. Desde la casa oíamos su
clamoreo entre los pinos.
Parecía que el aire se quejaba por ser nada más aire, y no agua o piedra.
Golpeaba los maderos de la puerta; sacudía los postigos de la ventana
con manos de ladrón.
Mi sueño fue intranquilo. Cuando por fin la sombra se hizo día siguió siendo
de noche en esa frágil casa que soy yo. Salí a mirar los árboles,
los viejos árboles del huerto.
Pensé que los hallaría abatidos por el ventarrón. No fue así: la violencia del aire
les quebró nada más las ramas secas. Fue el viento igual que sabio
jardinero que los podó y les quitó su peso inútil.
Así sucede, creo, con los vientos de soledad y de dolor. Nada le harán al hombre
si su raíz es firme. Le llevarán sus vanidades, sí, pero las ramas fuertes quedarán,
y otra vez darán fruto. Esa es la lección del viento, de ese viento que siempre
llega y que siempre, también, después se va.
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