En mi afán de colmar siempre las expectativas, de dar más de mí, de quedar siempre bien, de querer estar adelante a pesar de todo; puedo llegar a perder el camino.
Esto me llevo a recordar un interesante ejercicio.
Estar en silencio por unos breves momentos; a pesar de nuestra mente y todos sus esfuerzos inútiles. Quedarse en silencio observando atentamente todo a nuestro alrededor (sea lo que sea que hagamos), siendo más conscientes cada vez de todos los estímulos que captan nuestros sentidos por más sutiles que estos sean: una suave brisa, la pequeñas presiones en nuestro cuerpo, las emociones que nos embargan. Respirando lenta y profundamente como un estado natural de ser. Puede devolvernos el sentido y poner todo en su sitio. Puede llevarnos a nuestro interior, devolvernos la tranquilidad y ver con más claridad todo lo que nos parecía complicado.
“Darse cuenta es observar en silencio y sin elección lo que es. En ese darse cuenta, el problema se despliega y se comprende entonces en su totalidad”