LA IMAGEN
Cuenta la leyenda que bastaría retirar un pelo de Buda que hay debajo de esa padoga situada al borde del precipicio para que el templo y la roca se fueran al carajo (unos mil metros de caída libre). Pero lleva 2.500 años sin irse al carajo. Se dice pronto, 2.500 años de calor, de frío, de lluvias, de sequías, de temporales, de calma chicha, de granizo, de nieve, de movimientos sísmicos brutales... Pues ahí sigue, como una idea agobiante en el borde de una neurona, como una decisión indecisa, como una duda cruel. Y pasarán otros 2.500 años, con sus clemencias e inclemencias atmoféricas, con sus movimientos de tierra, con sus guerras, con sus periodos de paz, con sus desdichas y alegrías, con todo lo que ustedes quieran, y seguirá probablemente ahí, recibiendo cada día a sus devotos, que contarán a sus hijos la historia del ermitaño cascarrabias al que Buda regaló un pelo propio, una reliquia corporal que el hombre no sabía dónde esconder hasta que se le ocurrió colocarla al borde del precipicio, pisada por una roca que no sabemos cómo arrastró hasta allí y sobre la que erigió un templo que etcétera.
Dan ganas de creer en algo, aunque sea en los pelos, dan ganas de coger la mochila, decir adiós a quien corresponda y largarse a Birmania para llegar a ese lugar lleno de consonantes (Kyaikhtiyo) donde se encuenta la roca dorada. Pero según lo estás pensando suena el teléfono y han ingresado a tu madre o en el periódico no han recibido el artículo que esperaban, cualquier cosa, en fin, y te olvidas de la pagoda, y de Buda, y del pelo de Buda... Total, que no vas.
Fotografía de Aung Hia Tun
EL PAIS SEMANAL
Cele -Celestino-