Una puerta es más importante que su picaporte, pero sin picaporte no se abre la puerta. Sucede igual en la vida, un elemento menor puede tener la clave de uno mayor y lo minúsculo desencadenar lo incontrolable. Los detalles mandan mucho: no sólo informan, sino que confunden, y cuando actúan en el terreno de lo emocional nunca son neutros. ¿Cómo es eso? ¿Tan vulnerable es nuestra estructura afectiva, que sólo una palabra, un roce, una sonrisa son capaces de herir o curar? La respuesta es sí y no, las dos cosas al mismo tiempo. Sí, porque es obvio que así sucede, y no, porque no se trata tanto de que el sentimiento sea frágil, sino de la palabra y el gesto son poderosos.
Las cosas son el nombre que les damos, decía el escritor Javier Cercas, y es verdad, pensamos con palabras, los ladrillos de nuestro edificio mental con las palabras, a pesar de que no siempre sepamos apreciar el bálsamo que atesoran o el cañón que encierra.
Los gestos son palabras mudas, detalles poderosos, picaportes afectivos que franquean el umbral de la gloria o la desolación. Unas cejas que se elevan o una caricia que se pide y no se recibe desbordan elocuencia. Pero cuidado, porque si nos confundimos con un lenguaje preciso que es verbal, con más razón podemos equivocarnos, y confundir con el resbaladizo lenguaje de los gestos. No siempre el emisor y el receptor están en la misma onda, quizá lo que uno quiere expresar es justo lo contrario de lo que el otro interpreta, y eso puede ser para bien, pero a menudo para mal. Conviene, por tanto, no despreciar el valor de los detalles y poner tanto cuidado en ellos como se pone al redactar un e-mail, porque en uno y otro campo lo pequeño es grande. Y una vez aprendido esto, interesa analizar el rol que cada cual juega en el intercambio de detalles. Si somos “la persona descuidada” (la que no repara casi nunca en el alcance de un gesto), deberíamos tener presente que se puede herir a quien se quiere. Y si somos “la susceptible” (la que atribuye demasiado sentido dramáticos a casi todo), iría bien bajar la guardia y recordar, como escribía Lope,”que un grande amor cualquier agravio olvida”. No es muy complicado, sólo se requiere más sutileza por parte de unos y menos susceptibilidad por parte de otros. Después cruzar una caricia, que es gratis.