Señor, Tú que me hiciste mujer, ¿por qué me hiciste
mujer que sólo inspira la llama del deseo?
Los hombres se enardecen cuando miran mis carnes.
¿Es que no llevo un alma encendida en mi cuerpo?
Todo es confuso y vago a mi alrededor sombrío.
Ten piedad de mi alma, gran Señor de los Cielos.
Si Tú me diste un cuerpo, ¿por qué no tengo un alma?
Y si Tú me diste un alma, ¿por qué buscan mi cuerpo?
Te brindo mi plegaria, perdida entre las sombras...
que me anegan el alma de amargos desconsuelos.
Al frente, el horizonte se me cubre de brumas,
y en mi cielo nublado no brillan los luceros.
El presente me brinda funestas realidades.
El futuro me llena de confusión y miedo.
Yo, mujer como todas, llevo en mi alma un ansia, y,
como todas, guardo en mi vida un anhelo.
Se me florece el alma de blancas ilusiones...
No dejes que se mueran las rosas de mis sueños,
que el pecho de mujer que florece una vez,
si se mueren las flores, no florecen de nuevo.
En mis venas hay sangre de los hombres de América
que un día los hombres blancos mataron y oprimieron.
Mi sangre de criolla va ardiendo en las venas,
la mezcla de dos razas prende fuego en mi cuerpo.
Y hay, en cada mirada de hombre que me acecha,
un puñal de pasiones que se clava en mi pecho.
No me dejes ser mala, Señor; el alma mía
se eleva hasta Tu trono en alas de mil rezos.
Yo no tengo la culpa de los que me miran
vean solamente en mi el barro del cuerpo.
Aun no llevo la mancha del pecado en mi vida.
Protege Tú mi alma con tu poder inmenso.
Tú eres Hombre también. No dejes que los hombres
lleven sólo en el alma el ruin deseo perverso.
Mi alma está florecida de blancas ilusiones,
no dejes que se mueran las flores de mi sueño...
que el alma de mujer que florece una vez,
si se mueren las flores, no florecen de nuevo.