David Servan-Schreiber
Profesor de Psiquiatría
El sentido de la vida
Cuando tenía 15 años, el sermón de un sacerdote me conmovió profundamente. Empezaba por la pregunta: ¿Dónde buscar a Dios? ¿Dónde encontrarlo? Nunca he podido acordarme de cómo seguía… Me pregunto si no perdí la oportunidad de obtener la respuesta. Hoy creo que eso que durante siglos hemos llamado encontrar a Dios, en realidad se hallar el sentido de la vida. Durante los 20 últimos años ha surgido una perspectiva nueva dentro de las neurociencias. Ésta señala que lo que enriquece nuestra vida no es la razón pura sino el equilibrio de nuestro cerebro emocional. Éste necesita conexiones en los siguientes cuatro terrenos.
La corporalidad
Si no nos permitimos sentir, tocar, disfrutar, mirar, escuchar; si no nos dejamos envolver por el placer, la risa o, más doloroso, por el sufrimiento, no estamos realmente conectados con nuestro cuerpo. El deporte, como todas las actividades físicas, involucra atención flexibilidad y fuerza: la resistencia de nuestras células es otra forma de vincularnos con nosotros mismos. La meditación, el escuchar a los demás… son actos que nos ayudan a vivir nuestras experiencias humanas a partir de nuestro interior.
La intimidad
Si bien la parte emocional del cerebro se encuentra conectada al cuerpo, también es verdad que ha sido concebida para estructurar nuestras relaciones afectivas. El amor, en general, así como también el amor romántico y apasionado, es una forma extraordinariamente eficaz de llenarnos de sensaciones. Cuando nos miramos en los ojos del otro y sentimos que nuestro corazón late más fuerte, no nos hacemos más preguntas existenciales. Por lo general, todo aquello que conlleva una relación íntima nos aferra con fuerza a nuestra existencia. Por otra parte, no hay duda alguna acerca de la vida cuando tomamos la mano de nuestro hijo pequeño para llevarlo por primera vez a la escuela, o cuando lo escuchamos cantar en el coro del colegio. Además de nuestra pareja y los hijos, las personas cercanas a nosotros, a quienes estamos dispuestos a entregarnos, nos vinculan a la vida, dándole sentido.
La comunidad
Tuve un paciente de 30 años cuya esperanza de vida era de pocos meses debido al cáncer que padecía. Tras vivir desordenadamente y en constante conflicto con los demás se encontraba muy solo. Para pasar el tiempo, languidecía frente al televisor sumido en la angustia de la muerte. Yo le atendía una vez por semana y hablábamos de su vida y de cómo había transcurrido. Esto lo alentó a ofrecer sus servicios como electricista a los vecinos de su comunidad gratuitamente. Iba todos los días a reparar el sistema eléctrico de los pisos y conversaba con el presidente de la comunidad mientras trabajaba. Al poco tiempo los vecinos lo saludaban por su nombre, y cuando se cruzaban con él le llevaban algo de comer o algo con lo que refrescarse. Después de algunas semanas su ansiedad había desaparecido, a pesar de que la enfermedad según avanzando. Este hombre había encontrado un sentido, el sentido que toda su vida le había faltado, y lo había encontrado comprometiéndose con los demás, sintiéndose útil y apreciado. Todos somos él, a todos nos hace falta sentir que contribuimos en algo a la sociedad.
La espiritualidad
Es posible sentirnos vinculados con una dimensión que existe más allá de nuestro cuerpo, por encima de las personas o la sociedad. Para algunos, la mayor fuente de sentido es estar en presencia de algo o alguien más grande que todo. Para uno será Dios, jehová o Alá; para otros esta grandeza se manifiesta en forma de naturaleza, o en lugares que nos recuerdan lo nimios que somos en medio del universo (en el Gran Cañón, ante un cielo lleno de estrella…). Lo extraño y paradójico es que a la vez que experimentamos esa sensación de pequeñez e insignificancia, la vida nos parece más llena de sentido que nunca. |