La contradición religiosa de la derecha política
José María Castillo, teólogo
En la sociedad española (y en la de otros países cristianos), estamos viviendo en una contradicción de la que muchos ciudadanos no se dan cuenta.
Con demasiada frecuencia ocurre que la gente de derechas suele estar más cerca de la religión que los partidarios de la izquierda política. Y sin embargo, también es frecuente que las propuestas económicas de la izquierda suelen estar más cerca de los ideales sociales del Evangelio que los modelos de gestión de la economía que propone la derecha, que precisamente es el sector de la sociedad que más cuida sus relaciones con la religión y con la Iglesia.
Al decir esto, conviene no confundir las incoherencias éticas, en que pueden incurrir los individuos, con los programas económicos que proponen los partidos políticos. En cuanto a la ética individual, el que tenga las manos limpias, que tire la primera piedra. Por eso me parece ridículo que en España llevemos ya meses encelados en la discusión política que parece conceder una importancia decisiva a los trajes que se pone el señor Camps o a los enredos de la “trama Gürtel”. Por supuesto, estas cosas son importantes tanto en la política como en la ética. Pero vamos a ponernos en razón. Porque ahora mismo hay en juego, en la política española, cosas mucho más serias.
Hace más de un siglo, Max Weber (“La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, Introd.) dijo que el “afán de lucro” no tiene nada que ver con el capitalismo. La codicia no es fruto del capitalismo, sino de la condición humana. De ahí que “se encuentra por igual en los camareros, los médicos, los cocheros, los artistas, las mujeres de mundo, los funcionarios corrompidos, los jugadores, los mendigos, los soldados, los ladrones, los cruzados”.
Y Weber concluye: “Por tanto, hay que abandonar de una vez para siempre una concepción tan elemental e ingenua del capitalismo, con el que nada tiene que ver.. la “ambición”, por limitada que sea; por el contrario, el capitalismo debería considerarse precisamente como el freno o, por lo menos, como la moderación racional de ese instinto desmedido de lucro”. Por supuesto, el capitalismo actual no es como el de hace un siglo. Pero el fondo del problema, tal como lo plantea Weber, sigue siendo el mismo. Y ese problema se reduce a saber si el factor determinante del crecimiento económico de un pueblo está en la “riqueza del capital” o en la “responsabilidad de los profesionales”.
En el primer caso, puede ocurrir que en un país haya grandes fortunas, pero ese dinero esté mal repartido, como ocurre en no pocos países del Tercer Mundo. En el segundo caso, nos encontramos con el modelo del norte y centro de Europa, en el que la prosperidad económica se fundamenta, no sobre la base de la “riqueza” de unos pocos, sino sobre la “productividad” de todos.
Lo que mucha gente no imagina es que, detrás de estos dos modelos de “gestión de la economía”, hay dos modelos también de “práctica de la religión”. El modelo de matriz católica, que pone el centro de la religión en el culto, la piedad y las devociones, destacando el puritanismo en todo lo que se relaciona con la sexualidad. Y el modelo de matriz protestante, que insiste sobre todo en que la profesión tiene un carácter religioso, de manera que hasta la palabra alemana “beruf” significa, al mismo tiempo, “profesión” y “misión”.
Pero lo que más importa, en todo este asunto, es que estos dos modelos de religión han configurado dos culturas: la cultura protestante de los países del centro y norte de Europa, en la que se palpa en los ciudadanos un sentido de responsabilidad en el trabajo profesional y en la productividad; y la cultura católica de los países latinos (Italia y España son ejemplo), en la que todavía se encuentran gentes de misa y rosario que, por cualquier motivo, se buscan una baja laboral o, lo que es más grave, urden trampas y mentiras en la gestión de sus asuntos profesionales incluso los más serios y de más graves consecuencias.
Max Weber es muy duro cuando explica todo esto: “La riqueza constituye en sí misma un grave peligro, sus tentaciones son incesantes, y suspirar por ella, además de ser absurdo por confrontación con la ilimitada supremacía del reino de los cielos, es también moralmente reprochable”. Hasta el punto de que, como es sabido, los sínodos religiosos de los Países Bajos, desde 1574 hasta 1657, negaron la comunión a los “prestamistas”, a los empleados de los bancos, a las mujeres de los “usureros” y a los propios banqueros.
El hecho es que los países de tradición protestante son más ricos y en ellos la riqueza está más y mejor repartida, en tanto que los países de tradición católica tienen un potencial económico más bajo y - lo peor de todo - el rendimiento profesional y la productividad son notablemente inferiores. Así las cosas, la contradicción que se advierte en la derecha política española resulta tan evidente como inexplicable. Por una parte, se lleva lo mejor que puede con la Iglesia de Jesucristo, el defensor de los pobres y los últimos de este mundo.
Pero, al mismo tiempo, defiende una política económica en la que se pretende privilegiar las rentas del capital a costa de las rentas del trabajo. Porque eso es lo que significa la resistencia del PP a la propuesta socialista de subir los impuestos a las rentas del capital y el enfrentamiento con Zapatero (entre otras razones) porque no está dispuesto a facilitar el despido libre de los trabajadores.
(Artículo publicado en El Ideal)
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