¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Se
me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía
Y las rosas de olor, que
pongo como ella las ponía, exaltan su color;
y los bellos cojínes, que pongo
como ella los ponía, florecen sus jardines;
Y si pongo mi mano -como ella la
ponía- en el negro piano,
surge como en un piano muy lejano, mas honda la
diaria melodía.
¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella
las hacía!
me inclino a los cristales del balcón, con un gesto de ella
y
parece que el pobre corazón no está solo.
Miro al jardín de la tarde, como
ella,
y el suspiro y la estrella se funden en romántica armonía.
¡Que
goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Dolorido y con
flores, voy, como un héroe de poesía mía.
Por los desiertos corredores que
despertaba ella con su blanco paso,
y mis pies son de raso -¡oh! Ausencia
hueca y fría!-
y mis pisadas dejan resplandores.
Juan Ramón
Jiménez