Soy incapaz de tirar nada
Son fáciles de reconocer: sus bolsos van llenos hasta los topes y a menudo en sus casas prima la saturación de objetos. Se aferran a sus pertenencias como parte de sí mismas. ¿Debilidad o sensibilidad?
No siempre es práctico guardar o almacenar hasta la saciedad los objetos. A pesar del primer instinto de “seguro que lo acabaré necesitando”, la acumulación, muchas veces desorganizada, puede trastocar el objetivo del “todo bajo control”. Así opina Marta, quien, a sus 28 años, reconoce haber convertido su hogar en una despensa: “Me ha pasado siempre, no encuentro el momento de tirar algo porque pienso que algún día me será de gran utilidad. Mi novio se queja de la maraña de papeles y objetos absurdos que ocupan cada rincón de la casa”.
Y es que esta “tendencia del comportamiento –como apunta la psicóloga Arantxa Pérez Mijares, especialista en parejas – implica aferrarse a situaciones. Mantener las cosas supone creer que todo permanecerá igual. Es algo así como querer controlar lo incontrolable”. La experta opina que no se trata de ningún problema mientras no alcance unos niveles obsesivos: “Una cosa es ser un poco fetichista y otra hablar de una patología como es el síndrome de Diógenes, que afecta sobre todo a personas de avanzada edad que se sienten abandonadas por los otros”.
Miedo a no tener
Sin llegar al extremo del Diógenes, el apego a lo material es más común de lo que parece. “No puedo deshacerme de ciertas cosas, como cuadernos, libros, notas, periódicos… Mi mesa está literalmente empapelada, y sé que me resulta muy complicado encontrar algo. Sin embargo, no puedo desprenderme de ello porque siento que tiraría algo necesario”, confiesa Manuel, de 38 años.
Paloma Gascón, psicóloga y terapeuta, aclara que “depende mucho de las experiencias que cada uno haya vivido. Hay gente que ha tenido siempre de todo, y que le puede dar menos importancia a lo material, ya que lo considera reemplazable; sin embargo, aquellas personas que nunca han tenido nada, tienden a proteger más lo suyo”.
La experta, que admite resultarle muy difícil desechar artilugios, insiste en que se trata de “una búsqueda de sí mismo, un afán por definirse en base a lo que se tiene. En este mundo consumista, es la persecución de la oportunidad y el recuerdo”.
Aferrarnos al pasado
Hay razones que justifican la decisión de guardar una cosa. Argumentos que defienden que ese pequeño detalle dice algo de uno mismo y que puede llegar a “humanizarse”. “No debemos olvidar –prosigue Gascón– que las menudencias de alguien pueden ser tesoros para otra persona. Si damos ‘vida’ a lo que nos rodea, podemos considerar que tirarlo significa ‘abandonarlo”.
En cambio, ambas expertas aseguran que es bueno renovarse y tener confianza en uno mismo sin necesidad de describirse por las cosas que se poseen. La acumulación de objetos puede ser indicativa de un apego a la vida y a los recuerdos.
ISABEL MORENO
¿QUÉ HACER?
1. Confiar en nuestro interior. La tendencia a acumular puede ser un exceso de delegación en lo externo, en lo superfluo, para definirse a uno mismo. Los expertos consultados aseguran que la seguridad en uno mismo debe partir del interior, y no de aquellos objetos que consideramos que nos representan.
2. Empezar poco a poco. En lugar de tirar todo de golpe, lo ideal es hacerlo progresivamente. Primero, lo que más años lleva guardado o lo estropeado.
3. Tirar no es abandonar. Es necesario aprender a entender que cada objeto tiene su función, y que ésta no es eterna. Definir en qué momento ha cumplido con su utilidad es lo más complicado, aunque no por ello quiere decir que tengamos que mantenerlo con nosotros hasta que perdamos el interés por él.
4. Perder el miedo al vacío. El vacío que puede dejar algo que, quizá, podría llegar a ser útil de nuevo, es reemplazable por el surgimiento de otras necesidades o deseos. Lo que en un momento puede parecer imprescindible, acaba no siéndolo.
5. Necesidad de renovarse. Aferrarse a las pertenencias puede hacer que acabemos teniendo un comportamiento anacrónico, demasiado pendiente de las experiencias pasadas y prestando poca atención a las incógnitas del futuro. Los recuerdos que evocan algunas cosas no se aniquilan, aunque estas desaparezcan.