Opinión / Pilar Valera
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Siempre hay que
estar haciendo algo
¿Qué haces? Nada, ¿En qué piensas? En nada. ¿A que no suena bien? Los de mi generación fuimos educados en la actividad, siempre hay que estar haciendo algo y lo contrario es sinónimo de pereza.
Recuerdo que en mis veraneos infantiles en casa de mis abuelos esto se llevaba a rajatabla. Durante el curso una de las obligaciones más importantes era sacar buenas notas; sin embargo, en el verano, época en que no había que estudiar, el ocio total estaba proscrito. Mi querida y abnegada abuela nos regañaba a menudo; por ejemplo, éramos unos chinchorreros si preferíamos salir a la calle en plena canícula en vez de quedarnos en casa recogidos, o unos galgos si nos comíamos las magdalenas y los bollos sin permiso. Pero, por encima de todo, éramos unos indolentes haraganes si no nos veía con un libro en las manos o una labor de costura.
Han pasado los años y mis hermanos y yo seguimos siendo un poco chinchorreros y algo galgos, pero desde luego nada haraganes, parece que nos incrustó en la mente lo de estar siempre haciendo algo. Coincidimos con los superresponsable, los estresados, los workholics, los primogénitos y, en general, con todos los que están educados en la eficacia. Pero no tenemos razón. Hay que aceptar que existe otra perspectiva, no reprobable, que es el dolce far niente, o sea, no dar ni clavo. De vez en cuando no pasa nada por vaguear y por dejar de darle vueltas al coco., es más, hasta reporta beneficios psicológicos. Los psicólogos denominan a esa dulce inactividad mental, pensamiento divergente (los demás lo llaman “pensar en las musaraña”) y aseguran que es fenomenal. Los minutos en que el cerebro no está sometido a ningún esfuerzo ni disciplina conllevan un descanso productivo. Sucede que la aparición inesperada de una idea brillante o la repentina solución a un problema se deben, en parte, a los efectos beneficiosos de las musarañas mentales. La mente está en stand by, pero no en off. La base de lo que se conoce (o mejor, se desconoce) como intuición también le debe algo al pensamiento divergente. En algunos momentos se pone de manifiesto que sabemos más de lo que sabemos que sabemos (no es un galimatías), y que pensamos más de prisa de lo que nos damos cuenta. Eso es intuición y ahí las musarañas han estado presentes. Pensar en las musarañas no es hojear una revista sin prestar mucha atención, ni ver cualquiera programa de televisión, es no pensar en nada concreto, sólo en cualquier tontería que nos mantiene absortos. No sería extraño que Einstein estuviera pensando en las musarañas cuando vislumbró su teoría de la relatividad.
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