Opinión / Espido Freire
Supermercados
y personalidad
La visita al supermercado de una gran superficie puede convertirse en una experiencia de la que se pueden extraer interesantes conclusiones.
Me sucede en las tardes de viernes abarrotadas de carritos y bolsas, en las vísperas de puente, en las visitas al supermercado en las que coincido con más gente de lo habitual. Reconozco también ideas extrañas en estos centros comerciales que venden muebles suecos, o durante las rebajas: pero, por lo general, es en los supermercados donde mi personalidad cambia. Quizás se deba a los niños maleducados, que chillan histéricos desde sus tronos en los carritos o corretean en zigzag. Los niños normales, que saben que el espacio se comparte y los gritos resultan molestos, los observan con el mismo desprecio que yo, y dedican un gesto de displicencia a los padres maleducadotes que dirigen a la criatura aulladora un tibio: “Alex, por favor”.
O quizás sea por el aburrimiento evidente que transmiten las parejas mal avenidas, a punto de saltar el uno al cuello de la otra ante el mostrador de los quesos. A los matrimonios aburridos se les nota el hastío en las miradas de deseo con las que devoran con los ojos los alimentos que el otro les prohíbe o les raciona: los caros, los ricos en grasas, en colesterol, las carnes rojas, los dulces. Qué pasiones despiertan los berberechos.
Entonces comienza la función. Me aseguro de que otros compradores vigilen de reojo, como yo hago, qué consume cada cual; me detengo ante el cava, me paseo, sin decidirme, ante la carnicería, compro minúsculas cantidades de caviar, elijo nuez moscada, alcanzo un modelo arriesgado de preservativo. Con mi reducida compra, intento, no obstante, no pasar por la caja rápida. Los rostros cambian ligeramente, dibujan una mueca, mientras leen en mi cesta qué me espera. Otros días, en cambio, compro medio litro de helado, fresas, arenques, pepinillo y un test casero de embarazo. Las reacciones son otras bien distintas.
Hay veces que sólo compro productos light, gelatinas levísimas y quemadores de grasa. A los niños no logro interesarles. Los adultos, en cambio, comparan su compra de dos, tres carros, repletos de papel higiénico, de sólidos alimentos útiles y tomate triturado, y dedican un momento a imaginar y a completar huecos. Intrigan, se alejan de la gris realidad de la ruedecitas que tienden hacia la izquierda. Con mi misión ya cumplida, regreso a casa, apilo los botecitos de caviar junto a los que ya he comprado, regalo el helado a mis vecinas, y bajo a la tiendecita de la esquina, antes que cierren, para hacer mi aburrida compra real.
Cele -Celestino-