LA JUSTICIA, en España, tiene las piernas más cortas aún que las de la esperanza. Hablar, en el PP, de un nuevo código de conducta, después de haber quebrantado de tal modo (en Madrid, en Valencia, en Baleares, en Galicia) el que les regía, no es más que un aplazamiento turbio e increíble. Nombres y números están muy claros. La defensa de lo indefendible, con silencio y desorden de responsabilidades, es imperdonable. Hay que poner el hacha a la raíz si se quiere recomenzar. Se ha hecho, ante la magnitud de los robos, una vista tan gorda que ya no hay estómago que pueda digerirla. Quienes con buena voluntad creyeron en el PP deben sentir una vergüenza que nos mancha a todos. El sacrificio de unos pocos no es concluyente: el mal está en la savia que alimentó proyectos, descaros como el de traer al Papa para ganar dinero, explotaciones consentidas cuando no provocadas... Los beneficiarios de los condenados, si tuvieran la menor dignidad, dejarían sus cargos. Engañar al pueblo es el pecado más imperdonable. Beneficiarse de él, es aún peor.