MONSEÑOR ROMERO, MÁRTIR
José María Castillo
El 24 de marzo de 1980, el arzobispo de San Salvador, Mons. Oscar A. Romero fue asesinado en la capilla del hospital de enfermos terminales (donde vivía), mientras celebraba la eucaristía. El día que lo mataron era lunes. El domingo, día 24, en la homilía que pronunció en la catedral, cuando las masacres del ejército salvadoreño se ensañaban con el pueblo, Mons. Romero dijo: "En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno! en nombre de Dios: ¡Cese la represión!". Al decir esto, por defender la vida de los más pobres, Mons. Romero firmó su sentencia de muerte. Al día siguiente, lunes, cuando el arzobispo estaba en el ofertorio de la misa, un coche se detuvo ante la puerta abierta de la capilla del hospitalito. Y del coche salió un disparo que dio justamente en el corazón del prelado. Han tenido que pasar casi 30 años para que un presidente del Gobierno de El Salvador haga justicia y diga en público, al mundo entero, quién fue el responsable de aquel asesinato. Fue el Gobierno de extrema derecha, del partido ARENA, que, desde entonces hasta el año pasado, ha mandado en aquel país, el que ordenó la ejecución de un buen sacerdote, de un excelente obispo, que tuvo la libertad y la audacia de ponerse de parte de quienes más sufren, para defender su vida. Lo que sucedió en vida de Mons. Romero fue un dolor. Lo que ha venido después ha sido una vergüenza. El sucesor de Romero, Mons. Rivera y Damas, puso en marcha la causa de beatificación del arzobispo mártir. Pero Rivera murió poco después a causa de un infarto. Le sucedió Mons. Fernando Sáenz Lacalle, hasta entonces capellán general del ejército salvadoreño. Poco después, la causa de beatificación empezó a tener dificultades. Y las sigue teniendo hasta el día de hoy. Se sabe que en Roma el cardenal López Trujillo (ya fallecido) ha sido un activo militante contra la beatificación y canonización de Romero. Roma ha puesto siempre el reparo de que Mons. Romero "se metió en política". Lo sorprendente es que este reparo venga del Vaticano, cuyo gobernante supremo, el Romano Pontífice, ha visitado tantos y tantos países, no sólo como Pastor Supremo de la Iglesia, sino además como Jefe de Estado. Pero hay más. Yo he sido profesor de la Universidad UCA, en San Salvador, durante más de 15 años. Y he podido conocer muy de cerca a quienes vivieron junto a Romero sus últimos años. Uno de los colaboradores más cercanos de Romero me contó que un día el arzobispo se desahogó con él y le pidió un favor increíble. Romero tenía motivos muy serios para sospechar que la embajada de Estados Unidos en San Salvador interfería su correspondencia con el Papa. Lo que más preocupaba a Romero era una carta, en la que el arzobispo comunicaba al Papa un "asunto extremadamente grave". La carta había llegado al despacho del Papa (Juan Pablo II). Esto se sabe con seguridad porque, por medio del P. Arrupe, se tenía la certeza de que el P. Dezza (luego cardenal y ya difunto) dejó la carta sobre la mesa del despacho del Pontífice. Pues bien, el hecho es que, poco después, una fotocopia de esa carta estaba en la Embajada de Estados Unidos en San Salvador. Quien me contó este hecho tenía prueba documental de lo sucedido. Sin duda, alguien, my vinculado a Juan Pablo II, estaba igualmente vinculado a los manejos de la CIA en el Caribe de los años 80. Eran los tiempos de la administración Reagan, cuando, según las investigaciones (conocidas en todo el mundo) de Carl Berstein y Marco Politi (publicadas en el libro Su Santidad, Planeta, 1996), queda patente hasta qué punto Ronald Reagan convirtió en secreto al Vaticano en su principal aliado y, de forma encubierta, enviaba a William Casey, director de la CIA, a entrevistarse regularmente con el Papa. Me da mucha pena pensar que en Roma las cosas funcionen de manera que Juan Pablo II esté ya próximo a su beatificación, por su ejemplaridad evangélica (lo que me parece bien), mientras que el arzobispo Romero esté aún lejos de ese reconocimiento oficial de la Iglesia , por sus implicaciones políticas. ¿No da todo esto mucho que pensar? En cualquier caso, la gente sencilla y los pueblos de aquel continente ya han canonizado a Mons. Romero. Para ellos es San Romero de América. Lo mejor que puede hacer el Vaticano es respetar la fe de aquel pueblo. Mons. Romero no necesita solemnidades en la Plaza de San Pedro de Roma. Tiene bastante con la fe sencilla de los más sencillos de este mundo.
Publicado por José María Castillo
Cele -Celestino-
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